Falleció a los 83 años en su Buenos Aires natal. Fue un importante pensador de la izquierda latinoamericana. La intransigencia de su crítica a la sociedad capitalista hacen de Viñas, una referencia ineludible para quienes no se conforman con contemplar el mundo sino que trabajan para cambiarlo
Fundador de la revista Contorno y tantas otras revistas; el novelista de Un Dios cotidiano; Los dueños de la tierra, entre otras; el dramaturgo de Lisandro, Dorrego; Túpac Amaru, el profesor de literatura argentina, el político, pero, sobre todo, el crítico y lector de la literatura y la cultura argentina. Presidente de la Federación Universitaria Argentina en los años 50, ganó dos veces el Premio Nacional de Literatura, por 'Dar la cara' y 'Jauría', además del premio Casa de las Américas en 1967, con un jurado que integraba Cortázar, por la novela 'Los hombres de a caballo'. Algunos críticos llamaron "parricida" a la generación de escritores de la que Viñas formó parte, porque criticaban no sólo el presente, sino la historia escrita.
Se exilió durante la última dictadura militar. Se instaló en el barrio madrileño de Salamanca. Cuando abrió las ventanas y vio pintadas que vivaban a Franco se mudó al Escorial. Allí recibió la noticia de que su hija María Adelaida, de 22 años, había sido sido secuestrada mientras paseaba con su bebé por el zoológico en Buenos Aires. Identificaron a la niña, abandonada, porque llevaba una cadenita el cuello. Más tarde la víctima fue su hijo Lorenzo Ismael, asesinado en 1979. Con su dolor a cuestas deambuló por Estados Unidos y Europa colaborando en medios de prensa y dando clases, hasta recalar en México.
En 1984, terminada la dictadura, regresó a nuestro país y fue titular de la cátedra de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires. Viñas era un intelectual, que ponía el cuerpo y la voz, y de qué forma. Recogía adhesiones y rechazos, nunca indiferencia. Su presencia era irreverente. Uno de sus actos irreverentes fue rechazar la Beca Guggenheim, que otorgaba 25.000 dólares. "Es un homenaje a mis hijos", dijo secamente este hombre de bares y madrugadas, fumador empedernido, que discutía todo, desde Sarmiento hasta Borges.
Un hombre que padeció el exilio como una fiera a la que arrancaron las raíces y peleó hasta el último momento con la posibilidad de ser domesticado por el poder. Polemista, había reafirmado su negativa a sumarse a grupos de pensadores progubernamentales con el argumento de que "un intelectual no puede ser oficialista".