Reza Deghati, nació en Irán, donde sufrió cárcel y tortura por su labor como fotoperiodista. Exiliado en Francia, recorre el mundo con proyectos humanitarios.
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Niña afgana, 2004 |
Por Daniel Merle
Es la forma de relacionarme con los otros lo que me permite ser
optimista. No me considero un fotógrafo de guerra. Más bien soy un
fotógrafo de la paz. Tengo la ilusión de que mostrando la guerra voy a
poder cambiar algo del modo en que la gente la percibe." Este
pensamiento pertenece a uno de los hombres más destacados de una
corriente de la fotografía de prensa que, a principios del siglo pasado,
buscó trascender el restringido mundo de los medios gráficos,
profundizando en temas sociales con la intención de provocar un cambio
positivo en la realidad que describían.

El hombre que pronuncia tamaña
frase es el iraní Reza Deghati, cuyo comienzo como reportero estuvo
signado por el abismo emocional que provoca el exilio. Nacido en 1952 en
Tabriz, sufrió la cárcel y la tortura del régimen del Sha por su
actividad como fotógrafo independiente. El exilio en Francia en su
juventud y su destacada labor como corresponsal en zonas de conflicto
para la revista National Geographic fueron el punto de partida de una
actividad que se ha extendido por más de treinta años y que lo involucra
no sólo como fotógrafo y cineasta: su trabajo humanitario ha superado
los límites de la profesión hasta culminar en 2001 con la fundación de
AINA (significa espejo en persa), una ONG dedicada a la educación y al fortalecimiento de las mujeres y niños
afganos a través del desarrollo y la creación de medios de comunicación. Este hombre es un ejemplo cabal de esa corriente que cree en la imagen
como una fuerza transformadora: uno de esos fotoperiodistas que han
logrado, aunque sea circunstancialmente, cambiar en algunos casos el
rumbo de los acontecimientos.
Retratos de los niños perdidos

Así se llamó el proyecto que realizó con la Cruz Roja y Unicef
luego del genocidio de Ruanda, en 1995, por el que 20.000 niños
quedaron separados de sus padres en los campos de refugiados. A partir del trabajo fotográfico, más
de 3500 se reencontraron con sus familias.

"Me pregunté si la
fotografía tenía algún poder para cambiar esta situación, iniciamos un trabajo de identificación de esos
niños. Se llamó Retratos de los niños perdidos. Instalamos gran
cantidad de puestos para entrenar a los refugiados en la técnica básica
del retrato y les dimos cámaras. Hicimos copias de esas
fotografías y montamos muestras en puntos estratégicos de los
campos. Allí, los padres podían identificar al menos por el parecido a sus niños perdidos.
Luego, tenían que contestar un
cuestionario para asegurarnos de que la conexión estuviera fundamentada por otros datos. En meses, más de
3500 niños se reencontraron con sus familias", cuenta Reza en una
entrevista realizada en Buenos Aires, adonde el fotógrafo vino invitado
por la filántropa Afshan Almassi y con el asesoramiento de la galerista argentina María Casado para explorar la posibilidad de traer alguna de
sus iniciativas en el campo de la fotografía y la lucha humanitaria a América del Sur.

"Como fotógrafo, cubriendo guerras y conflictos, me di cuenta
de que hay dos tipos de destrucciones. Una que es visual, palpable y puede ser captada por la cámara: los edificios colapsados por las
bombas, los cuerpos destrozados. Podemos fotografiar la
destrucción material. Pero la segunda destrucción es más
importante y profunda: la destrucción invisible; la de las
almas, el trauma de la guerra".