De eso se trata Vivir en la tierra,
la muestra que reúne más de 60 fotografías tomadas por Andy Goldstein
en asentamientos populares (villas) de catorce países latinoamericanos.
El fotógrafo ha viajado a lo largo del continente durante más de dos
años relevando historias, poniendo al descubierto que aquello que la
distancia física separa, la pobreza lo vuelve a unir. Las fotos son un
registro documental difícil de enfrentar: cada una de las imágenes es
acompañada de un pequeño cartel que indica quiénes son los fotografiados
con nombre, apellido, lugar en el que la foto fue tomada y hasta datos
geográficos como la altitud y latitud del sitio. Y así la miseria deja
de ser una entelequia anónima, una gran bestia fagocitando identidades.
Hay dos decisiones fundamentales que el fotógrafo tomó y que
definen las características de esta serie de imágenes. En primer lugar,
Goldstein ha invitado a los retratados a elegir de qué manera se
tomaría la fotografía (dónde, cómo, quiénes). Los fotografiados
participan así de la composición de la foto y el fotógrafo a su vez,
participa de la visión que ellos mismos tienen sobre su realidad. “El autor es el coyote que facilita cruzar esa frontera”, describe Teddy Cruz desde alguna de las paredes de la sala.
Guatemala |
La
otra elección determinante en las composiciones es –como siempre en la
fotografía– la selección del foco. Goldstein ha elegido una lente
panorámica, lo que le permite abarcar con la misma calidad de imagen los
retratados y el espacio que los contiene –si es que esos espacios,
atiborrados de cosas, en los que conviven peluches maltrechos, pollos
colgando, guitarras, televisores e insecticidas, pueden contener a
alguien–. Otra consecuencia de la lente panorámica es una alteración de
la perspectiva. Como si mirásemos a través de una esfera, los espacios,
levemente distorsionados por la lente, se vuelven aún más asfixiantes.
Argentina |
Límpidas
imágenes de la mugre, las obras que denuncian la miseria son impolutas,
para que no se nos escape ni un detalle. Fotografías de gran formato, a
todo color. Resulta paradójico que tengamos que llegar hasta las
paredes de una sala de exhibiciones para ver lo que podríamos ver en
cualquier esquina: los rostros cansados, los niños flacos, avejentados
por el hambre. O tal vez no. Tal vez la realidad deba comenzar a colarse
por nuestros espacios cotidianos hasta que por fin nos
decidamos a mirar su rostro: entonces, quizás nos despertemos del
letargo y nos demos cuenta de que no hay nosotros ni ellos, ni dignidad posible en la pobreza de ningún chico latinoamericano.
Ecuador |
Hogares construidos de carencias. Pies descalzos. Miradas tan
áridas como la tierra del suelo. No hay piso en estos espacios. Tampoco
ventanas: la luz se filtra por las hendijas de los muros construidos de
chapa, madera o cartón. Fotografías que documentan aquello que no
queremos ver. Y –como la montaña que viene a Mahoma– llegan al centro de
la Recoleta para que dejemos de mirar hacia otro lado.
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