En París, la masiva marcha contra el matrimonio gay no es más que la
representación de un movimiento de derechas que adopta los símbolos del
Mayo del ’68 para vaciarlos de sentido y llenarlos con ideales propios.
Una última manifestación contra la ley sobre el matrimonio entre
personas del mismo sexo promulgada en mayo vuelve a poner en
escena al movimiento reaccionario francés que nació a la par de la ley.
Divididos en varios grupos compuestos por católicos integristas,
conservadores radicales, neonazis, miembros de la ultraderecha francesa,
descontentos con el socialismo en el poder y defensores de la familia,
los opositores a la ley han logrado sacar a la calle a centenas de miles
de personas: su blanco central no es sólo la ley en sí sino, sobre
todo, los valores que inundaron la sociedad francesa desde el ’68.
A su manera ideológicamente contraria pero con los mismos métodos, los adversarios del matrimonio gay impugnan la herencia de valores y costumbres derivada de las protestas estudiantiles de Mayo del ‘68. Para ellos, la legalización del casamiento entre personas de un mismo sexo es el eslabón más inaceptable de lo que consideran como la “cadena de permisividad” que hace 45 años, el mayo francés difundió en la sociedad. Con el argumento inmediato de la ley pero con Mayo del ’68 como modelo por destruir han conseguido asentar un movimiento que suele tener picos violentos con espantosas golpizas a los homosexuales, destrucción de locales gay, hostigamiento a los diputados que defienden la ley y ocupaciones no menos violentas de calles y avenidas.
El domingo 26 de mayo, el Bloque Identitario, uno de los grupúsculos de la extrema derecha que componen el arco XH, o sea, xenófobos y homófobos, alcanzó a ocupar la sede del Partido Socialista francés y desplegar una banderola pidiendo la renuncia del presidente socialista François Hollande. Como en otras ocasiones, los anti matrimonio igualitario reunieron en París entre 150.000 y un millón de personas. La disparidad de las cifras depende de quien las enuncia: la policía o los organizadores de la convocatoria.
Hay hoy una contrarrevolución conservadora. Guillaume Peltier,
vicepresidente del partido conservador UMP (fundado por Nicolas Sarkozy), no duda en pronosticar: “45 años después asistimos a
un Mayo del ’68 de derecha”. Lo primero que resalta es la metodología de
la acción. Los integristas copian el estilo de los slogans del ’68 y
los dan vuelta para usarlos en contra. Ocupación de lugares de forma
esporádica, carteles con tipografía, dibujos o humor similares, frases
parecidas pero envueltas en otro sentido muestran cómo la revolución
marrón se apodera de los símbolos para reactualizarlos con su mensaje.
Lo mismo hicieron con el enunciado central de la ley, que se llama “el
matrimonio para todos”.
El grupo más importante de oposición al texto se puso como nombre “La
Manifestación para todos” (La Manif pour tous). La carga es un espejo
al revés. Alain Scada, presidente del instituto Civitas, dice: “el acto
homosexual es un pecado, el matrimonio homosexual, una parodia”. Civitas
es una asociación católica integrista, de extrema derecha, cercana a la
Fraternidad Sacerdotal de Pío XI. También es uno de los núcleos más
duros y el protagonista de acciones en la calle como las misas
celebradas en la puerta de la Asamblea Nacional.
Con el correr de los meses muchos de los movimientos en torno a los cuales
se plasmó la armadura de esta contra revolución se fueron radicalizando
y ampliando sus ambiciones. Así surgió la rama más radical, “La
primavera francesa “. La portavoz de esta mezcla de todo lo que hay de
extremo, Béatriz Bourges, reconoce que “estamos más a favor de acciones
transgresivas”. Estos reaccionarios contemporáneos imitan con rigurosa
pulcritud los comunicados de los grupos o líderes revolucionarios. El
Che Guevara se restregaría los ojos si leyera frases como “hasta la
victoria”, o “al alba del combate” emitidas por un movimiento ultra
reaccionario. Pero es así. La radicalización y las amenazas proferidas
por este grupúsculo es tal que el ministro francés de Interior, Manuel
Vals, quiere prohibirlo. Las manifestaciones con máscaras graciosas y
ropa extravagante perdieron protagonismo detrás de la violencia. La
barrera de lo tolerable empezó temblar a tal punto que un diputado de la
derechista UMP, Hervé Maritón, advirtió: “A partir de cierto momento,
la intensidad de las reivindicaciones puede sobrepasar las reglas del
juego democrático y nuestra capacidad a contener el debate”.
Debate, de hecho, ya no hay más. La ley promovida por la ministra de
Justicia Christiane Taubira ya entró en vigor pero sus adversarios
prosiguen la guerrilla social y sin límites. En estos días apareció una
cuenta en Twitter que se llama “un mundo sin gays” y cuya lectura es un
balcón de primera clase con vista a la selva del odio y la homofobia. El
casamiento gay es el objeto visible de un cuestionamiento más profundo y
de un ataque frontal contra Mayo del ’68 ya iniciado por el ex
presidente Nicolas Sarkozy hace 6 años atrás.
Respaldada por la Iglesia y los curas que fomentan la revuelta entre
telones, la rama radical opuesta al matrimonio gay se propone lo mismo
que el Mayo francés, pero al revés. La historiadora Ludivine Bantigny
destaca al respeto: “hoy, quienes intentan reiterar la ocupación de la
Sorbona recuperan lo simbólico pero rechazan el origen político”. Para
ellos, Mayo del ’68 significa relativismo, hedonismo, súper consumo,
nihilismo, perversión de la familia y, por sobre todas las cosas, el fin
de la civilización occidental, o sea, el término de la dominación
cultural del “blanco y el comienzo de sociedades contaminadas por la
diversidad”.
La líder del movimiento La manifestación para todos, Frigide Barjot
(su nombre es un juego de palabras que significa frígida y piantada),
postuló la ambición global de las protestas: “invertimos el libertarismo
de 1968 para decirle no al ultraliberalismo aplicado a los seres
humanos”. La misma Frigide Barjot sufrió las consecuencias de la contra
reacción. Ella, que lideró la protesta, tuvo que retirarse a último
momento por las amenazas de muerte que recibió por haber defendido una
opción más suave de la unión entre gays.
Mayo del ’68 está en todos los labios como entidad referente que es
preciso a la vez imitar, citar y destruir. El cóctel final es lo que el
historiador François Cusset llama “el antiprogresismo”. El mismo
constata que el éxito del movimiento reaccionario no es en nada ajeno al
abandono de la calle por parte de la izquierda y a la actitud global de
una izquierda de gobierno “más preocupada por la austeridad
presupuestaria y el rigor de la seguridad que la más liberal de las
derechas”.
La filósofa e historiadora de las ideas Chantal Delsol escribió en un
artículo publicado por el vespertino Le Monde que “esta corriente es
portadora de futuro”. Tal vez porque en ella no hay únicamente fachos o
católicos integristas sino también un montón de gente venida de
horizontes más neutros que encontraron en este movimiento un canal para
expresar el repudio al poder actual, a la desilusión que suscitó y a la
carga corrupta de que está compuesta la sociedad contemporánea. La
bronca se concentra principalmente en el Ejecutivo y los periodistas,
acusados de servir los intereses del poder.
Un mundo al revés. Las escenas vistas este 26 de mayo en París
ofrecían la misma sucesión de imágenes que las manifestaciones
convocadas antaño por la izquierda contra el liberalismo: vidrios rotos,
columnas de humo, miles de policías movilizados, gases lacrimógenos,
enfrentamientos duros con las fuerzas del orden. Sólo cambiaron los
protagonistas: ya no son obreros, sindicalistas, indignados o militantes
de movimientos progresistas y alternativos. Eran las fuerzas de la
reacción las que hicieron temblar los adoquines del Mayo francés del
siglo XXI.
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