Nicholas Kristof, periodista de The New York Times, corresponsal en Tokio, dice que los japoneses tienen una palabra intraducible, gaman. Significaría algo así como sobreponerse a la dificultad. Kristof relaciona gaman con el estoicismo y con un tejido social sólido que aparece en las peores situaciones. Dice haber visto extraordinarios gestos de solidaridad y respeto por el otro después del terremoto de Kobe, el último gran desastre sísmico que soportó Japón antes de la catástrofe de Sendai, con seis mil muertos y 300 mil personas sin techo.
Llama la atención y causa admiración en un país tan caótico como la Argentina, la paciencia y la organización de la población japonesa. Pero más allá del sufrimiento de millones de japoneses estos días, la psicologa Débora Tajer advirtió que el terremoto y tsunami en Japón “despiertan otras inseguridades, está diciendo que no hay vida garantizada". Tajer analizó los temores que puede generar la amenaza de una catástrofe nuclear y los mensajes que deja el drama japonés, y propone que la tragedia sea el disparador para “revisar el patrón de productividad y sus ideales”. Se ha despertado una amenaza que estuvo dormida, vinculada a la Guerra Fría. Apareció un fantasma que estuvo vigente más de veinte años atrás: la idea de una explosión nuclear. Había asociaciones antinucleares. A la vez, estamos viendo en estos días que salen a la luz cuestiones que no estaban en primer plano, como el hecho de que un país como Japón produce la mayor parte de su energía a partir de usinas nucleares, cuando tiene un alto riesgo sísmico, también se trata de un país que consume mucha energía y nadie lo discute. La amenaza nuclear pone sobre el escenario que si no se resuelven ciertos problemas, el planeta no se salva y el planeta somos todos. Hoy todos somos japoneses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario