Cuando
en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, la
revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, una
filósofa judía de origen alemán exiliada en Estados Unidos. Los artículos que
la filósofa redactó acerca del juicio despertaron admiración en algunos,
mientras que en muchos más provocaron animadversión e ira. Fue el concepto de
la “banalidad del mal” lo que indignó a sus lectores. Para Arendt Eichmann no
era un demonio, sino un hombre normal con un desarrollado sentido del orden que
había hecho suya la ideología nazi, que no se entendía sin el antisemitismo, y,
orgulloso, la puso en práctica. Arendt insinuó que Eichmann era un hombre como
tantos, un disciplinado, aplicado y ambicioso burócrata: no un Satanás, sino
una persona “terriblemente y temiblemente normal”; un producto de su tiempo y
del régimen que le tocó vivir. La mayoría de los participantes en el debate
actual sostienen que, en la “banalidad del mal”, Arendt descubrió un concepto
importante: muchos malhechores son personas normales. Ahora, medio siglo
después de la primera polémica, la realizadora alemana Margarethe von Trotta ha
ofrecido al público su película Hannah Arendt, que ha despertado una nueva ola
de reacciones contra el tratado de la filósofa. Lejos de ser un documental
sobre Arendt, esta “película de ideas”, que se estrenó en mayo en Estados
Unidos y en junio en España, enfoca el caso Eichmann sirviéndose de escenas de
su juicio en Jerusalén, extraídas de los archivos. Otra vez en Estados Unidos y
en Europa se ha despertado una polémica, aunque más respetuosa con la filósofa, la
cual, a lo largo de las décadas, ha ido cobrando peso.
Fuente: Bastión digital
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