No hay saqueos, no hay escenas de pánico
Los extranjeros escapan de la amenaza nuclear como de la peste. Pelean por un pasaje de avión y se desesperan por llegar al aeropuerto. La población local, mientras tanto, hace cola pacientemente por su arroz en las zonas devastadas. En el resto del país mantiene la calma y obedece las directivas, aunque sean confusas y esperan. Todo, junto a la solidaridad hacia los corresponsales extranjeros, como si el drama fuera nuestro. Y no de ellos. Navegan su cotidianidad con paciencia milenaria entre directivas que se contradicen "evacuar sus casas" "quedarse encerrados en ellas". Entre una orden y otra dependia lo cerca o no que estuvieran de la central de Fukushima.
Y se encuentra el límite del esfuerzo de un Estado incapaz de responder a una devastación apocalíptica. Pero ni la destrucción ni las réplicas ni la amenaza nuclear sobre sus cabezas pueden con el tesón de los japoneses. No hay saqueos, no hay escenas de pánico, no hay sobreprecios. Apenas algunos síntomas de desabastecimiento que, merecieron una recriminación oficial desde las redes sociales: "No acumule más de lo que necesita", fue el mensaje. La nafta escasea y desplazarse es una pesadilla que insume horas para avanzar pocos kilómetros. Se forman largas colas para lograr los 10 litros por auto; donde las estaciones de servicio funcionan, que no son todas.
"Saldremos adelante", dicen en los suburbios de esta ciudad, cerca a Tokio. Por televisión llegan las imágenes de la devastación feroz que se ensañó con la costa nordeste. Sigue siendo imposible llegar hacia el Norte, zona de Sendai, el epicentro de la destrucción. Aquí, en cambio, donde la ola de desastre no se ensañó con furia, flaquean los servicios de agua y de electricidad, pero se trabaja para restablecerlos. Entre lo que no se sabe está hasta qué punto fue dañada la estructura del país y su capacidad de recuperación. Pero ya no hay duda de que deberá apelar al mismo temple con el que se reconstruyó luego de la Segunda Guerra para superar la crisis.
En Tokio, los negocios se disculpan por cerrar fuera de horario a causa de los apagones programados. En el Este, en la zona más expuesta, es evidente el esfuerzo por tratar de volver a la normalidad -o a lo más parecido a ella- aun en el medio de la nada. Diferente es la suerte en las escuelas, convertidas muchas de ellas en el centro donde se refugian quienes perdieron sus casas en el sismo. Una imagen de la televisión muestra cómo, en la lejana Sendai, un hombre se inclina una y otra vez para agradecer a quienes tratan de ayudarlo a buscar a su esposa, pese a que los esfuerzos no sirvieron para ubicarla.
Parte cabizbajo, pero sin flaquear. "Los japoneses lloran por dentro, pero lloran", dice Tashia Kova, maestra que trabaja en la escuela, ahora refugio. Después de cuatro días apenas se ven manifestaciones de indignación o frustración pública, como suelen producirse en otros países. Dos frases dan muestra de la mentalidad japonesa. Una es Shikata ga nai, que podría traducirse como "Es inevitable"y es una reacción común frente a situaciones fuera del control de uno. Otra es gaman, considerada una virtud: significa ser paciente y perseverante en la adversidad. Consideran que la gente y las autoridades, tratan de hacer lo mejor para salir adelante. Es un drama, pero no les quita el espíritu. Sólo se los pone a prueba.
Kita-Ibaraki, Japón (enviada especial)
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