Alejandrísima:
Bicho lejano, la semana pasada fuimos a Montmachoux a cenar con Laure y Philippe, y todo el mundo habló tanto de vos que yo traje otra silla y la puse por las dudas. Gracias a mi sistema de espionaje me he enterado también de que las socias del Club de las Piantadas9 se reúnen en los cafés para acordarse de su amiguita de la calle Montesdeoka. Tu popularidad secreta (sic) puebla las terrazas del barrio latino. Hay un pintor que firma Piza; otro, Arnik. Hay un cocktail que se llama Alexandra. Un infame plagiario llamado Hesíodo ha publicado un libro que se titula "Los trabajos y los días". En el patio de casa, debajo de la pawlownia, juega una gatita negra que imita tu manera de abrir grandes los ojos. Ya ves que no te pudiste ir. [...]
Me dolió tu libro, es tan tuyo, sos tan vos en cada línea, tan reticentemente clara, tan por debajo y por adentro. ¿Conocés el sistema que consiste en hojear un libro e ir citando versos o pasajes, con algún comentario o elogio o censura? A mí no me gusta. Pero te voy a decir: lo que siento es lo mismo que frente a algunos (pocos) cuadros o dibujos surrealistas: que estoy del otro lado por un segundo, que me han hecho pasar, que soy vos, que estoy colgando de la punta de la tela como una de esas arañas rojas que hay en la Provenza y que tienen, parece, alianza con el Oscuro. Ahora sé (ya sabía, pero ahora lo sé de alguien que está vivo, cuya mejilla he besado alguna vez) que todo o casi todo puede ser dicho en muy pocas palabras. Cada poema tuyo es el cubo de una inmensa rueda. Otros hacen la rueda entera, y hay que ver cómo se atasca en las cunetas; vos dejás que la rueda sea otra cosa, algo que unos pocos ven dibujarse mucho más allá de la página. [...]
No me guardes rencor (¿cómo podrías?
¡Imposible!) y escribíme. Mi silencio, diría Binetti, es una operación
cósmica por la cual las begonias se convierten en miel. Pero ahora que
lo pienso nunca vi una abeja en una begonia, seguro que les repugna.
Te quiero mucho,
Julio
de “Palabra de autor”, Cartas de Julio Cortázar,
Alfaguara, 2004
Julio y Alejandra se conocieron en 1960, año en que la escritora argentina viajó a París, desde entonces se hizo evidente entre ellos una afinidad exquisita, donde él admiraba la brillantez de Alejandra. Así llevaron adelante una amistad que duraría hasta la temprana y trágica muerte de ella. A los dos les unía la pasión por los poetas malditos, Janis Joplin, Sade y Lautreámont. Ninguno de los dos se deja contener en la huella de Borges, y su exploración por las barreras de lo perverso y lo irracional, tiene que ver con una suerte de insubordinación con respecto a la estética de los círculos oficiales en aquel tiempo. Los dos lucharon cuerpo a cuerpo con las palabras, y se dejaron el alma en ellas, una sublevación permanente late en los escritos de ambos. Julio, conocía la peligrosa manera de abandonarse a las circunstancias de Pizarnik y por esta razón le escribe una carta con los regaños mas entrañables que ella recibiría:
París, 9 de septiembre de 1971
Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya.
Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra. Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.
Julio
Sin embargo, después de que le dieran un permiso para salir del psiquiátrico, ella aprovecharía para tomarse unas 50 pastillas de Seconal, suicidándose a sus 36 años.
de “Palabra de autor”, Cartas de Julio Cortázar,
Alfaguara, 2004
Julio y Alejandra se conocieron en 1960, año en que la escritora argentina viajó a París, desde entonces se hizo evidente entre ellos una afinidad exquisita, donde él admiraba la brillantez de Alejandra. Así llevaron adelante una amistad que duraría hasta la temprana y trágica muerte de ella. A los dos les unía la pasión por los poetas malditos, Janis Joplin, Sade y Lautreámont. Ninguno de los dos se deja contener en la huella de Borges, y su exploración por las barreras de lo perverso y lo irracional, tiene que ver con una suerte de insubordinación con respecto a la estética de los círculos oficiales en aquel tiempo. Los dos lucharon cuerpo a cuerpo con las palabras, y se dejaron el alma en ellas, una sublevación permanente late en los escritos de ambos. Julio, conocía la peligrosa manera de abandonarse a las circunstancias de Pizarnik y por esta razón le escribe una carta con los regaños mas entrañables que ella recibiría:
París, 9 de septiembre de 1971
Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya.
Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra. Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.
Julio
Sin embargo, después de que le dieran un permiso para salir del psiquiátrico, ella aprovecharía para tomarse unas 50 pastillas de Seconal, suicidándose a sus 36 años.