Por Juan Cruz, periodista español.
Noviembre, 2010. Llegué ayer de madrugada a Buenos Aires, un otoño más que aquí es primavera. Hermosa ciudad que parece una casa. Jet lag salvaje; en el avión no pude dormir, acabé rendido ante la evidencia de que los años te pasan al final una factura maldita, que has de pagar con sueño y el sueño llegó. Durante el día estuve haciendo cosas diversas, propias de mi oficio, pero también del oficio de vivir, pues compré rosas rojas para un cumpleaños en una floristería que nació en 1916 y me cortaron el pelo en una barbería unisex del barrio de La Recoleta, un sitio muy chico que me pareció abigarrado pero profesional. En la floristería, que se llama Armando, le hablé a la muchacha que atendía sobre la edad del negocio, y ella me dijo que entonces, en 1916, ella no estaba allí. "Hubiera sido Dorian Grey". Y se me ocurrió que en pocos sitios como en Buenos Aires alguien te haría esa referencia literaria de mañana en una floristería. Luego estuve con periodistas, en esta ciudad de tan buenos periodistas. Hablando con ellos llegué a la conclusión de que lo que acaba de suceder en Argentina, a raíz de la muerte de Néstor Kirchner y las consecuencias sociológicas, políticas, culturales e incluso económicas que está teniendo ese fallecimiento del marido de la presidenta, está en la raíz genética del carácter que la historia le ha ido formando a los argentinos. ¿Una fatalidad? No, una condición. ¿Cómo resultará el porvenir a partir de estos hechos? La música que define mejor el ánimo de este país es el tango, sin duda; entre los tangos, mi preferido, es Sus ojos se cerraron. Siempre hay razones en este país para escuchar ese tango, y ayer lo tuve en mi cabeza todo el día, como si la música me fuera explicando también el ánimo que sentía por las calles. Cuando me fui supe, porque las ciudades tienen música.
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