Por Robert Fisk, De The Independent de Gran Bretaña
¿Se habrá visto en Medio Oriente una guerra en la que impere semejante hipocresía? ¿Una guerra de tal cobardía, moralidad malvada, con tan falsa retórica y vergüenza pública? No hablo de las víctimas físicas de la tragedia en Siria. Me refiero a las mentiras y mendacidad de nuestros gobernantes y nuestra opinión pública –tanto en Oriente como en Occidente– en ambos casos dignas de risotadas: no son sino una horrible pantomima más propia de una sátira de Swift que de Tolstoi o Shakespeare.
¿Se habrá visto en Medio Oriente una guerra en la que impere semejante hipocresía? ¿Una guerra de tal cobardía, moralidad malvada, con tan falsa retórica y vergüenza pública? No hablo de las víctimas físicas de la tragedia en Siria. Me refiero a las mentiras y mendacidad de nuestros gobernantes y nuestra opinión pública –tanto en Oriente como en Occidente– en ambos casos dignas de risotadas: no son sino una horrible pantomima más propia de una sátira de Swift que de Tolstoi o Shakespeare.

Después tenemos al Hezbolá chiíta, milicia-partido en Líbano, mano
derecha chiíta de Irán y simpatizante del régimen de Al Assad. Durante
30 años Hezbolá ha defendido a los chiítas oprimidos del sur de Líbano
contra las agresiones de Israel. Se han presentado como defensores de
los derechos de los palestinos en Cisjordania y Gaza, pero ahora que
enfrentan el lento colapso de su inescrupuloso aliado en Siria les
robaron la lengua. Ni ellos ni su principesco líder, Sayed Hassan
Nasrallah, han dicho palabra sobre las violaciones y asesinatos masivos
de sirios a manos de los soldados de Bashar y la milicia shabiha.
Tenemos también a los héroes de Estados Unidos: la Clinton; el
secretario de Defensa, Leon Panetta, y el mismo Obama. Clinton lanzó una
enérgica advertencia a Assad. Panetta, el mismo que mintió
repetidamente a las últimas fuerzas estadounidenses en Irak con el viejo
cuento sobre el nexo entre Saddam y el 11-S, anuncia que las cosas se
precipitan y están fuera de control en Siria. Esta ha sido la situación
durante al menos seis meses. ¿Recién se está dando cuenta? Obama dijo la
semana pasada que, dado el arsenal de armas nucleares que tiene el
régimen, seguiremos dejándole claro a Assad que el mundo lo está
observando.
Ahora bien, ¿no fue un periodicucho llamado El Aguila Siberiana el
que, temeroso de lo que Rusia pudiera hacer en China, declaró que estaba
observando al zar de Rusia? Ahora llegó el turno de Obama de enfatizar
la ínfima influencia que tiene en los conflictos del mundo. Bashar Al
Assad debe estar temblando de terror dentro de sus botas. ¿En realidad querrá la administración estadounidense abrir los
archivos de las atrocidades de Al Assad para verlos a plena luz? Hace
pocos años el gobierno de Bush enviaba musulmanes a Damasco para que los
torturadores de Bashar Al Assad les arrancaran las uñas con el fin de
obtener información, y los mantenía presos por pedido de Washington en
el mismo agujero infernal que los rebeldes hicieron volar en pedazos la
semana pasada. Las embajadas occidentales, con mucho rigor, enviaban a
estos torturadores preguntas para hacer en los interrogatorios a las
víctimas. Assad, ustedes saben, era nuestro bebé.
Está además esa nación vecina que nos debe tanta gratitud: Irak. La
semana pasada se perpetraron en un día 29 ataques con bomba en 19
ciudades, con un saldo de 111 civiles muertos y 235 heridos. El mismo
día, el baño de sangre sirio se consumó con más o menos el mismo número
de bajas inocentes. Pero Irak ya está muy abajo, en la plana en que se
da prioridad a Siria; bajo el doblez, como decimos los periodistas,
porque, desde luego, le dimos su libertad a Irak. Una democracia
jeffersoniana, etcétera, etcétera. ¿No es cierto? Así que esta matanza
ocurrida al este de Siria no tuvo mucho impacto, ¿verdad? Nada de lo que
hicimos en 2003 tiene que ver con el actual sufrimiento en Irak,
¿correcto?
En el siguiente rubro nos incluyo a nosotros, los amados
progresistas que velozmente atiborramos las calles de Londres para
protestar por las matanzas israelíes de palestinos, con mucha razón, por
supuesto. Cuando nuestros líderes políticos se complacen en condenar a
los árabes por sus salvajadas, pero son demasiado tímidos para decir una
palabra de tibia crítica cuando el ejército israelí comete crímenes
contra la humanidad, o bien observa cómo sus aliados hacen lo mismo en
Líbano, la gente común debe recordar al mundo que no son tan cobardes
como sus políticos. Pero cuando el conteo de muertes en Siria alcance 15
mil o 19 mil, tal vez 14 veces el número de fatalidades resultantes del
feroz ataque de Israel contra Gaza en 2008 y 2009, con la salvedad de
los sirios expatriados, apenas un solo manifestante sale a la calle a
condenar estos crímenes contra la humanidad.
Todo este tiempo nos olvidamos de la gran verdad: que todo esto es
un intento por aplastar a la dictadura siria, no por nuestro amor a los
sirios ni por nuestro odio para nuestro otrora amigo Al Assad, ni por
nuestra indignación contra Rusia, cuyo lugar en el templo dedicado a los
hipócritas está claro cuando vemos cómo reacciona frente a todos los
pequeños Stalingrados que hay por toda Siria.
No, todo esto tiene que ver con Irán y nuestro deseo de destruir a
la república islámica y sus infernales planes nucleares –si es que
existen–, lo cual no tiene nada que ver con los derechos humanos o con
el derecho a la vida o la muerte de los bebés sirios. ¡Quelle horreur!
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