jueves, 20 de septiembre de 2012

Tsipras: el antieuro

Por Eduardo Febbro
Desde Atenas

Tener a Alexis Tsipras sentando enfrente durante una hora, someterlo a una batería de preguntas y constatar que el dirigente del movimiento de la izquierda radical griega, no es una imagen fabricada por los medios, sino una continuidad manifiesta entre el hombre que pone de pie a las multitudes, el que responde a los ataques feroces que le lanza la derecha con una calma ecuménica, y el que, ahora, despliega la misma paciencia cuando explica los fundamentos de su fe política en la oficina que ocupa en el Parlamento griego. No siempre es así. La mayor parte de las veces la distancia entre el personaje público, el de las cámaras, y el real es enorme. Tsipras es uno y el mismo, un líder fuerte en un caparazón de ternura. Su casi incapacidad de ponerse nervioso o agresivo contrasta con el sistema de fieras en el que se mueve y con el lugar a donde la historia lo puso de golpe. Hace un año, Syriza tenía no más del 3% de los votos. En mayo de 2012, Tsipras fue llamado a formar un gobierno –no lo consiguió– y en junio quedó a las puertas del poder con el 27%, detrás de la derecha de Nueva Democracia, 29%.

Syriza es ahora la segunda fuerza política de Grecia y, además, se constituyó como el grupo parlamentario de izquierda no socialista más importante de Europa. Una hazaña política inédita que se plasmó con la crisis abismal que vive Grecia y con un mensaje distinto: decir no a las políticas neoliberales, cambiar la estructura del euro, no aceptar las condiciones impuestas a Grecia por el trío de gendarmes compuesto por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Unión Europea a cambio de los planes de ayuda. Los medios de comunicación del liberalismo parlamentario, sobre todo los alemanes, le tejieron una leyenda negra. Tsipras pasó a ser el “anti euro”. No se presenta ni como anti euro ni como un héroe, pero Grecia se dividió de pronto en dos: tsiprofóbicos o tsiprofilos.

A sus 38 años, Tsipras resistió a las dos cosas. Modesto, humano, cercano, Tsipras cultivó el mito de la normalidad: se parece a cualquier persona, está al alcance, es “Alexis”, como lo llaman sus partidarios, un hombre alejado de las pasiones que su ascenso suscita. Es poco común entre los hombres políticos, sobre todo en Europa, donde cada dirigente se siente y se cree investido de una misión universal. Tsipras dice lo contrario: está para aprender, para escuchar. Los medios la llaman “el hombre que hizo temblar a Europa”, pero este dirigente político de una nueva especie no se inmuta. “Sé enojarme, pero eso de gritar o ponerme nervioso no corresponde a mi temperamento”, explica casi disculpándose. Una periodista del Washington Post que estuvo con él lo calificó de “romántico”. No hay que equivocarse. Es un felino político que se desliza con discreción y gana. Comprometido en sus análisis y su acción, libre de la influencia de los volcanes y los insultos que le salen al paso. Tsipras osó este año lo impensable: poner en tela de juicio la biblia liberal y su metodología encarnada en el llamado “memorando de austeridad” que busca hacer de Grecia una sociedad en penitencia y sacrificada. La hora es grave: la mitad de la juventud que no tiene ni casa ni trabajo, hay en Grecia un movimiento neonazi que entró con fuerza en el Parlamento, que hace campaña de recolecta de sangre con el slogan “sangre griega para los griegos”: el país está sitiado por el signo del recorte. Desempleo, miseria, descomposición social.

La catástrofe es inmensa y el capitán que promete salir de ello no pertenece a los partidos de izquierda que siempre hicieron gobiernos, es decir, la socialdemocracia, sino a un movimiento de izquierda radical donde hay desde trotskistas hasta comunistas. Un hombre ponderado, que siempre sonríe, que le opone a la adversidad y a la agresividad una cordialidad casi devota. Alexis Tsipras nació en Atenas con la nueva historia: vino al mundo cuatro días después de la caída de la dictadura de los coroneles. No tardó en empaparse en política: desde el bachillerato, pasando por la universidad, siempre a la izquierda. En 2008 hizo historia en un país donde la clase política es un círculo gerontocrático: asumió la dirección de la izquierda radical y se convirtió en el líder más joven de la historia del país a la cabeza de un partido. Un año más tarde dio un paso más en la hazaña: unió al movimiento, silenció las voces discordantes dentro de una corriente desestabilizada por la polifonía de las tendencias. De allí a este 2012, Tsipras se convirtió en el demonio de los banqueros, en la pesadilla siglo XXI de los banqueros y funcionarios de la Unión Europea y en el abanderado universal de la oposición al liberalismo cínico y depredador. De pronto, en sus labios, las palabras “pueblo”, “lucha”, “dignidad”, “justicia social” o “igualdad” tienen resonancias renovadas. Son verosímiles, como él. Alexis Tsipras no está lejos de viajar en la Argentina. Hace unos días interpeló al Parlamento para que pidiera a Buenos Aires que investigara los cerca de 17 griegos o descendientes de griegos que de-saparecieron en la Argentina durante la última dictadura militar. Hay cosas, dice Tsipras, que no deben y no se pueden olvidar.

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