Por Robert Fisk *
Un
amigo mío en Damasco me llamó esta semana; se oía bastante animado.
Sabés, todos sentimos lo de Christopher Stevens. Fue algo
terrible y era buen amigo de Siria; entendía a los árabes. Lo dejé
pasar, aunque sabía lo que vendría después. “Pero en Siria tenemos una
expresión: ‘Si alimentas un escorpión, te morderá’.” El mensaje no
podría haber sido más claro. Estados Unidos apoyó a los opositores al coronel libio Muammar
Khadafi, ayudó a Arabia Saudita y Qatar a enviar dinero y armas a los
milicianos y ahora ha cosechado lo que sembró: sus amigos libios se han
vuelto en su contra, asesinaron a su embajador Stevens y a sus
colaboradores en Benghazi y han lanzado un movimiento de protesta
encabezado por Al Qaida que consume al mundo musulmán.
Estados Unidos, según mi amigo, ha alimentado al escorpión de Al
Qaida y ahora éste lo ha mordido. Del mismo modo, ahora Washington apoya
a la oposición siria contra el presidente Bashar Al Assad, ayuda a
Arabia Saudita y Qatar a enviar dinero y armas a los milicianos (entre
ellos salafistas y Al Qaida) e inevitablemente será mordido por el
mismo escorpión si Assad es derrocado. El sermón de mi amigo no está acorde con la política del
gobierno sirio. El argumento de Al Assad es que Siria no es Libia y que
los sirios, con su historia, cultura, amor al arabismo y demás, no
querían una revolución. Pero la furia árabe contra el obsceno video de
Hollywood contra el profeta ha obligado a reescribir la historia en
Occidente.
Los medios estadounidenses ya inventaron una nueva historia según la
cual su país apoyó la Primavera Arabe y salvó la ciudad de Benghazi
cuando sus pobladores estaban a punto de ser destruidos por los
monstruosos esbirros de Khadafi, y ahora ha sido apuñalado por la
espalda por esos árabes traicioneros en la misma ciudad rescatada. La verdadera historia es diferente. Durante décadas, Washington
impulsó dictaduras árabes y les dio armas; Saddam Hussein era uno de sus
favoritos. Amábamos a Mubarak de Egipto, adorábamos a Ben Alí de Túnez,
todavía tenemos un amor apasionado por los Estados autocráticos del
Golfo y las gasolineras financian las revoluciones que elegimos apoyar,
del mismo modo que durante dos décadas le sonreímos a Hafez Al
Assad y, aunque por breve tiempo, a su hijo Bashar.
Así pues, salvamos a Benghazi con nuestro poderío aéreo y
esperábamos que el mundo árabe nos amara. Pasamos por alto la
composición de las milicias libias que apoyamos, del mismo modo que los
cancilleres Hillary Clinton (EE.UU.) y William Hague (Reino Unido) no
reparan en la conformación del actual Ejército Sirio Libre. No prestamos
atención a las advertencias de Al Assad sobre combatientes extranjeros,
como en gran medida tampoco hicimos caso de los salafistas que
avanzaban entre los valientes que combatieron a Khadafi.
Remontémonos más atrás, y eso fue lo que hicimos en Afganistán luego
de 1980. Apoyamos a los mujaidines contra los soviéticos sin prestar
atención a su teología y usamos a Pakistán para que les suministrara
armas. Y cuando algunos de ellos se transmutaron en el talibán,
alimentaron a Al Qaida y el escorpión mordió el 11-S, gritamos
terrorismo y nos preguntamos por qué los afganos nos traicionaron.
La tragedia de este deplorable ciclo de sucesos es que el régimen de
Al Assad es horrible y los esbirros de su policía secreta han torturado
y asesinado a miles de inocentes, su personal ha cometido crímenes de
guerra y la guerra civil siria está consumiendo a una generación que
debería estar construyendo una nación y no destruyéndola. Y ahora
Turquía ha asumido el papel de Pakistán como proveedora de armas y
centro de recreación para los mujaidines de Siria. ¿Acabará
Turquía por ser el Pakistán de Medio Oriente?
La guerra en Siria toma ahora el caparazón del conflicto libanés de
1979-90: si uno simpatiza con los palestinos, es anticristiano; si
expresa temores cristianos, es proisraelí. En Siria, los brutales
francotiradores del gobierno son asesinos de niños. En el otro bando, el
francotirador del Ejército Sirio Libre es un romántico; se casa con una
enfermera que atiende a los guerrilleros en el frente, pero por
desgracia los familiares no pueden asistir a la boda. Ante la mera
sugerencia de que los opositores pudieran cometer una atrocidad de
cuando en cuando, el reportero puede encontrarse con la pregunta de
cuánto dinero recibe del servicio de inteligencia de Siria, como me pasó
a mí.
Así pues, vayamos al Departamento de las Verdades de la Patria.
Cuando fue asesinado, Osama Bin Laden ya era cosa del pasado; ningún
revolucionario árabe portaba su imagen. Pero esa organización ha
decidido aprovechar el río revuelto; de allí el llamado de Al Qaida
esta semana a continuar las protestas contra el video sacrílego. De allí
lo de Benghazi. El escorpión se ha metido entre los chicos buenos; todo
lo que se necesita es un chiflado hollywoodense. Y un poco de hipocresía. Porque Washington dice con renuencia
que no puede prohibir el video porque pondría en peligro la libertad de
expresión. Esa misma libertad que durante décadas los dictadores
favorecidos por Washington negaron al pueblo árabe.
* De The Independent de Gran Bretaña para Página/12.
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