Por Alvaro Cuadra
Para cualquier analista o historiador resulta muy interesante
advertir cómo en Europa vuelven a resurgir movimientos políticos de
extrema derecha. El fenómeno se repite en países tan distintos como
Francia y Grecia, los síntomas son los mismos: racismo, xenofobia,
intolerancia y violencia. El viejo continente conoció de sobra este tipo
de prácticas políticas, aquello que durante la época de exacerbación
ideológica se llamó “fascismo”, en todas sus variantes.
En la actualidad, muchos de los vicios políticos que se atribuían a
América Latina y otras regiones más pobres del planeta se están
reeditando en los países europeos. Se argumenta que una prolongada
crisis económica capaz de crear millones de desempleados es el caldo de
cultivo ideal para toda forma de populismo y prácticas antidemocráticas.
Lo cierto, empero, es que más allá de circunstancias históricas
concretas, las ideas de extrema derecha nunca han abandonado suelo
europeo.
Tal como escribió Albert Camus en su célebre novela “La peste”, una
magnífica metáfora de nuestro asunto; una vez superada la epidemia, los
microbios siguen allí, en las rendijas de la sociedad, esperando una
nueva oportunidad. Esto parece ser cierto en Europa y en cualquier otro
lugar del mundo. La exacerbación nacionalista corre a la par con una
crítica frontal a la Unión Europea. Los protagonistas de los movimientos
de la derecha extrema pertenecen a esa “classe moyenne”, seducida y
domesticada en el consumo suntuario que sienten como amenaza la presencia de la piel oscura de africanos y árabes, lo mismo que los acentos exóticos venidos del este europeo. Las elites europeas están muy lejos de aquel ideario burgués de 1789,
“Liberté, Egalité, Fraternité” y más lejos de aquellos “Estados de
Bienestar” propugnados por los gobiernos socialdemócratas del siglo XX.
El “giro neoliberal” en todo el continente, con muy escasos matices, ha
sido contundente.
Si durante el siglo XX se reclamaba un retorno al
humanismo para hacer frente a lo que denominó “la irrupción del
fascismo”; en la hora presente, hora posmoderna que señala el ocaso de
las “ideologías” y las convicciones, resulta ingenuo esperar algo
parecido. La Europa “poscomunista” parece encaminarse hacia un fortalecimiento
de la extrema derecha, que encuentra simpatías en sus homólogos
estadounidenses y no pocos latinoamericanos. De hecho, en este tiempo de
globalización e hibridez cultural, Marine Le Pen, mezcla de Juana de
Arco y Evita, declara que su movimiento es una suerte de “peronismo a la
francesa”. En esta era de un tardocapitalismo global, el discreto
encanto de la burguesía va tomando los tintes chauvinistas y xenófobos
de aquellos años que precedieron a los totalitarismos populistas en
Alemania e Italia con toda su secuela de horrores.
* Investigador y docente de ELAP. Universidad ARCIS (Chile)
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