El piropo es y ha sido siempre un acto intrusivo de un sujeto
(masculino) sobre otra (femenino). No importa la explicación o
justificación “cultural” que se pretenda. En cualquier caso es una persona que se considera con derecho a
emitir un juicio respecto de otra que, claramente, no fue solicitado por
ésta. El piropo aparece asociado a la condición sexual de la mujer. Los
elogios académicos no son calificados como piropo. El piropo se le dice
a una mujer en su condición de tal y con una dirección muy clara. De
las distintas “funciones” que el estereotipo femenino adjudica a la
mujer, no todas son pasibles de piropo. Nadie diría que es un buen
piropo decir “qué bien lavás los platos” o “qué atenta estás a las
necesidades de tus hijos”. El piropo se dirige a otros rumbos. Las
expresiones más groseras de apetencia sexual son vividas por el
“piropeador” como un elogio, y en su expresión descarnada pone en
evidencia la intencionalidad que subyace en el que pretende ser
elogioso. Uno debe preguntarse qué derecho tiene un desconocido a opinar
o a expresar sus intenciones a quien no se lo ha pedido ni le interesa.
Sin embargo, se minimiza este acto de poder que en realidad refuerza la
idea de que las mujeres están allí para satisfacción del varón. Que el
varón tiene derecho a calificar, clasificar y poner en su lugar a
cada mujer. Que la opinión del varón siempre es importante. Siempre me
pareció curioso que cuando se le hace una observación a algún
piropeador, reacciona como agraviado, señalando que “trató de elogiar” a
la “dama”, que tuvo una intención positiva frente a ella, que casi
debió ser agradecida. Sin embargo, si la “dama” estaba acompañada, los varones interpretan el “elogio” como un agravio al
acompañante (propietario) de la mujer. Defender el piropo es hacerse el
distraído respecto de la realidad que todos conocemos e hipócritamente callamos. ¿Nadie
advierte que los varones adultos “piropean” incluso a niñas escolares de
manera impúdica?
* Juez del Tribunal Oral Nº 7 porteño.
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