El ejército está a cargo. Llámenlo golpe, si quieren. Pero el poder
castrense egipcio –el tristemente célebre Consejo Supremo de las Fuerzas
Armadas, como se le conoce nuevamente– ahora está al frente de Egipto.
Primero mediante amenazas; después con armas por las calles de El Cairo,
con caminos bloqueados y alambre de púas. Tropas custodian la estación de radio. Mohamed Mursi, cuando aún era
presidente seguramente lo llamó golpe de Estado y alardeó su estatura
moral (su legitimidad, democracia, etcétera), pero mucho antes de que
viéramos soldados en la calle, Mursi pedía a los generales volver a las
barracas. Ridículo. Los generales no tuvieron que dejar sus barracas
para meterle temor a Dios (real y metafórico) a esta administración que
se desmoronaba.
Mursi habló de derramar su sangre; al igual que lo hizo el ejército.
Se puso lúgubre el asunto. Fue miserable ver a un pueblo libre aplaudir
una intervención militar, si bien los opositores a Mursi afirmarían que
su libertad fue traicionada. Ahora alientan a los soldados a tomar el
lugar de los políticos. Ambos bandos ondean la bandera egipcia, que es
roja, blanca y negra. El color caqui no es sustituto.
Tampoco desaparecerá la Hermandad Musulmana, cualquiera sea la suerte
que corra Mursi. El tiempo que pasó en el poder podrá haber sido
risible, pero el partido político mejor organizado de todo Egipto sabe
cómo sobrevivir a la adversidad. La Hermandad es la institución que más
se malinterpreta en la historia egipcia; y quizá se le malinterpreta
deliberadamente. Lejos de ser un partido islamita, sus raíces son de
derecha y no religiosas. Sus primeras épocas, bajo el mando de Hassan
Banna, prepararon a la organización para ser tolerada por el rey Farouk y
a sus caciques egipcios siempre y cuando mantuvieran la fachada de
formación islámica.
Cuando la revolución de 2011 estaba en su momento álgido y millones
de detractores a Mubarak estaban en la plaza Tahrir, la Hermandad se
ocupaba de negociar con el entonces mandatario con la esperanza de que
les regalara las sobras. El liderazgo de esa formación nunca estuvo del
lado del pueblo durante la revuelta en Egipto. Este papel lo cumplieron
las bases laicas más fuertes del país del movimiento sindicalista.
Incluso la guerra de Nasser con la Hermandad tuvo menos que ver con
la religión que con la seguridad; el liderazgo del Movimiento Libre de
Oficiales descubrió que la Hermandad Musulmana era el único partido
capaz de infiltrarse en el ejército, una lección que los generales de
hoy han tomado a pecho. Si se vuelve a proscribir la Hermandad
Musulmana, como ocurrió bajo los gobiernos de Nasser, Sadat y Mubarak,
perderá su apoyo entre las fuerzas armadas. Sadat fue asesinado por un
islamita que no pertenecía a la Hermandad, llamado Khaled Islambouli,
quien resultó ser un teniente del ejército egipcio.
Sayyeb Qutub, líder de la Hermandad, atacó a Nasser por llevar al
pueblo a la era de ignorancia preislámica (llamada jahaliya), pero el
partido en realidad estaba más molesto por la creciente relación entre
El Cairo y la atea Unión Soviética. Qutub fue ahorcado. Pero aunque
perseguido y oficialmente proscrito, el partido aprendió, como todos los
grupos clandestinos con ideología, a organizarse política, social y
hasta militarmente. Así, cuando se llevaron a cabo elecciones
verdaderas, ganaron; y, por tanto, Mursi quedó en el poder.
El ejército, como dicen, pertenece al pueblo. El premio Nobel de la
Paz Mohamed Baradei, ahora líder de la oposición, me dijo sobre la
revuelta de 2011 que últimadamente, el ejército egipcio estará con el pueblo.
Después de quitarse el uniforme, el soldado sigue siendo parte del
pueblo con sus mismos problemas y los mismos obstáculos para llevar una
vida decente. Por eso no creo que vayan a disparar contra la población.
Pero eso era entonces, y esto es ahora. Mursi pudo haber recurrido a
las argucias de un dictador, y ciertamente habló igual que Mubarak el
pasado martes, pero fue legalmente electo, como nos dijo una y otra vez,
mientras el ejército reitera que defiende la legitimidad. Ahora el
pueblo está enfrentado en dos distintos bandos. ¿Puede el ejército
egipcio mantener separados a ambos cuando sus miembros provienen de los
dos lados del pueblo?
*Analista de The Independent de Gran Bretaña
buena reseña
ResponderEliminarBuena fuente, Robert Fisk. Domina el tema de Oriente Medio al dedillo. Empezó en The Times, y se largó después de que lo comprara Rupert Murdoch. Coincido en que los Hermanos Musulmanes no desaparecerán. Lo de que el Ejército esté dividido, no lo veo tan claro. El propio Fisk no lo expone de forma transparente. El destino de Egipto, con su peso demográfico y cuna de muchas corrientes de pensamiento (sin olvidar la minoría copta) es vital en la zona y, por extensión, en el mundo. Tiene una gran superpoblación, con escasos recursos económicos.
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