Marco A. Gandásegui
La muralla que separa a los pueblos de México y EEUU es un indicio de
la esquizofrenia que se ha apoderado de la expansión capitalista y la
severa crisis de acumulación de riqueza que afecta al país del norte.
Nunca antes en la historia humana se construyó una muralla tan larga y
costosa para no detener el flujo de trabajadores. La muralla china se
levantó hace tres milenios para frenar las invasiones militares de los
“bárbaros”. La muralla de Berlín se construyó para controlar el ‘dumping’
económico. La muralla que los israelíes extienden por los territorios
ocupados de Palestina es para destruir la resistencia del pueblo árabe.
La doble muralla que EEUU construye desde el Pacífico al Caribe –3
mil kilómetros- es para demostrarle a su vecino del sur su enorme
poderío. Sin embargo, es penetrada diariamente por miles de trabajadores
que son acogidos por empresarios hambrientos de mano de obra barata. Es
un juego doble que todos aceptan a pesar de las muchas victimas que
genera todos los días. Niños, mujeres, hombres, viejos y jóvenes, se
arriesgan en la travesía. El objetivo es conseguir un empleo que
les permita retornar con ahorros a sus pueblos.
Es la naturaleza del sistema. La relación económica entre México y
EEUU (igual Centroamérica) desintegra comunidades agrarias y familias
campesinas a un paso desenfrenado. Los jóvenes de las áreas rurales
tienen tres opciones: buscar empleo en las ciudades, buscar tierra en
áreas más pobres o migrar al ‘norte’. Las ciudades, sin embargo, están
saturadas de jóvenes explotados por una red perversa que controla el
crimen organizado. Por otro lado, la ‘frontera agrícola’ se agotó. Queda
la última opción: migrar al ‘norte’ donde aún hay una fuerte demanda
para cosechadores, empacadores y trabajadores precarios, en general.
El viaje tiene muchos obstáculos que se inician al emprender el
camino, donde abundan los asaltantes y ‘coimeros’ tanto oficiales como
particulares. Continúa con el cruce de la muralla que tiene un alto
costo económico y el peligro de ser arrestado o cazado como animal. La
parte más difícil es conseguir el anhelado empleo que, en sí, es un
infierno como consecuencia de los abusos. La pregunta que se hacen los
observadores es porque este juego no termina y se elimina la muralla,
para que las “leyes de la demanda y la oferta” de mano de obra se
apliquen en el caso de los trabajadores mexicanos y los empresarios
norteamericanos. Muchos sospechan que la respuesta puede radicar en dos
posibilidades que se combinan. En primer lugar, no existen las llamadas
leyes que rigen la demanda y la oferta en los mercados controlados por
los monopolios. Una segunda explicación puede ser que la política
interna de EEUU necesita este conflicto permanente en la frontera con
México para legitimar la violencia de Estado.
Hasta aquí algo de historia y mucha teoría. Hace pocas semanas, visité la muralla
mientras participaba en una conferencia en Tijuana, ciudad legendaria
en el folklore norteamericano y conocida en América Latina gracias a la
industria fílmica (y al éxito del equipo local de fútbol). Me acerqué a la muralla con bastante prudencia, para
percatarme que en realidad eran dos. La primera es de hierro de 2 metros
y medio de altura (construida en 1994). La otra de alambrado de 3
metros de altura con censores de calor, cámaras y casetas. Además, con
patrullas y helicópteros observando los movimientos de las personas. Su
construcción se inició hace pocos años y todavía hay sectores en que se
sigue avanzando.
Salir de México y entrar en EEUU es tedioso y difícil para el
mexicano común y corriente, aunque tenga sus papeles en orden. Todos van
a trabajar a las fábricas cercanas, pueden ser domésticos o
trabajadores manuales en las haciendas del otro lado de la frontera. En
cambio, para el norteamericano, cruzar la frontera es una especie de
paseo a la ‘tierra prohibida’. Entran a México sin documentos, como
turistas y hacen lo que no puede hacer en su país: los
adolescentes se emborrachan, las mujeres buscan prostitutos y todos compran drogas.
La experiencia en Tijuana me recordó la cerca que separaba a la
ciudad de Panamá (y también a Colón) de la Zona del Canal. La
ignominiosa barrera desapareció en octubre de 1979, después de los
Tratados del Canal Torrijos-Carter. Fue construida también como producto
de la soberbia de EEUU. A los norteamericanos les molestaba ver a los
niños panameños recoger mangos de sus prados bien cortados. Tampoco les
gustaba ver a los panameños caminado por sus comunidades. Lo que más les
causaba molestia era ver las caras de jóvenes estudiantes que
protestaban contra su presencia indeseada. No entendían porqué los
estudiantes llevaban carteles que decían en perfecto ingles: ‘Yankee go
home’
La muralla de Tijuana también desaparecerá, al igual que cayó la de
Berlín y se vendrá abajo la israelí. No serán los gobiernos de EEUU o
México que darán la orden. Sólo podrá acabar con la muralla el pueblo
mexicano. Será mucho más temprano que tarde si se suma a ese movimiento
liberador el pueblo norteamericano.
*Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador
asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)
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