viernes, 9 de noviembre de 2012

Nueva cúpula, nuevo modelo

Una propuesta es que China complete su transformación en una “economía de mercado” por medio de una profunda reforma de las empresas del Estado.

El Congreso del Partido Comunista Chino no va a deparar muchas sorpresas a nivel político. El actual vicepresidente Xi Jinping será elegido secretario general del partido y presidente de la Nación y asumirá por 10 años junto a una nueva cúpula del poderoso comité permanente del Politburó. El gran misterio, es el rumbo que tomará la economía al cerrar una década dorada que la consolidó como potencia política y económica.

Tras diez años de crecimiento, China cuadruplicó su Producto Interno Bruto y se convirtió en la segunda economía planetaria, primer exportador e importador global, con la mayor cantidad de reservas monetarias del mundo pero llegó a una encrucijada y busca un nuevo modelo. El actual cambio de guardia ocurre en momentos en que el piloto automático ya no sirve. La economía global, sumergida en una profunda crisis estructural, no puede seguir consumiendo todo lo que produce China, sus exportaciones sufrieron una caída y la economía se desaceleró. El modelo exportador chino basado en una mano de obra barata está agotado y el país necesita crecer para atender su demanda interna.

A pesar del gigantesco crecimiento del PIB y de los rascacielos y las líneas ferroviarias de alta velocidad que comunican un país que durante mucho tiempo parecía intransitable, el gobierno insiste en que China es un país en desarrollo. Según el director de Estudios Contemporáneos Chinos de la Universidad de Nottingham en el Reino Unido, Shujie Jiao, el país enfrenta los dilemas típicos de una economía en desarrollo. “China tiene que dar un salto hacia una economía dominada por la innovación tecnológica. Japón y Corea del Sur lo hicieron, pero son países mucho más pequeños. Debido a la gigantesca población china, su extensión en China va a tomar décadas. Hoy en día conviven lugares desarrollados como Beijing y Shanghai con otros que están muy lejos de ese nivel.”

El Partido Comunista es consciente de los problemas y es menos monolítico de lo que parece sobre la solución. En el doceavo plan quinquenal presentado en 2011 se planteó la transición de una economía basada en la exportación a otra en la que el consumo interno tuviera más peso. Ese mismo año la inversión constituyó un 48% del PIB chino: el consumo doméstico fue apenas un 34%. Es la paradoja del milagro chino. En términos de PIB, es la segunda economía mundial pero en el índice de Desarrollo Humano de la ONU se encuentra en el puesto 101, por debajo de la mayoría de los países latinoamericanos.

Este año la economía crecerá un 7,5%, muy por debajo del 10% de promedio de los últimos 30 años y menos del 8% que las autoridades –con dosis de superstición: el 8 es el número de la buena suerte chino– consideran clave para evitar conflictos sociales. La primera reacción a este enfriamiento a China (¡7,5%!) fue típica. El gobierno lanzó en septiembre un gigantesco plan de inversión estatal por valor de 158 mil millones de dólares. Como respuesta a corto plazo, puede servir. A largo plazo, la mira está puesta en un plan para una jubilación y cobertura médica universales que deberían estar vigente entre 2015 y 2020.

Estos planes procuran cambiar un patrón de conducta muy afincado en la población: el ahorro en detrimento del consumo. La tasa de ahorro china es equivalente al 51% del PIB, más alta que la tasa de inversión. La población ahorra para tener un paraguas en caso de enfermedad y ante la deficiente cobertura jubilatoria para cualquier trabajador no estatal. El interrogante es si los nuevos planes van a tener el impacto esperado. “El costo médico ha crecido de tal manera que una cobertura parcial como la que ofrece el plan gubernamental no es suficiente. Lo mismo pasa con la jubilación. Mientras no se le dé una solución a esto, la transición a una economía más basada en el consumo doméstico es una mera consigna. Esto a su vez complica el paso de economía en desarrollo a otra plenamente desarrollada”.

En el seno del Partido Comunista, en la academia y elite china congregada en torno de la Academia de Ciencias Sociales y algunos escogidos centros de estudio, ha arreciado en los últimos dos años el debate sobre el futuro. En febrero un documento de más de 400 páginas publicado por el Banco Mundial y el influyente Development Research Centre, un centro de estudios chino que reporta directamente al Consejo del Estado, marcó la hoja de ruta del ala liberal del Partido Comunista. El eje de la propuesta era que China tenía que completar su transformación en una “economía de mercado” por medio de una profunda reforma de las empresas del Estado que, según el documento, “abarcan el 50% de la economía”.

La alternativa era el llamado modelo Chonqing, vinculado al ex secretario general del Partido Comunista de Chonqing Bo Xilai, una suerte de capitalismo populista, con fuerte reinversión social de las ganancias obtenidas con el crecimiento. La caída en desgracia de Bo Xilai en un escándalo de ribetes novelescos proyectó una pesada sombra política sobre el modelo. “El llamado Modelo Chonqing ofrecía una salida al problema de la desigualdad en China. El problema es que quedó pegado a la figura de Bo Xilai”, señaló Shujie Jiao.

El hermetismo de la política china complica la interpretación del impacto político de su caída. Tanto el actual presidente Hu Jintao como su sucesor Xi Jinping, mostraron en el pasado cierto entusiasmo por el modelo Chonqing, pero ambos tomaron distancia de la figura de Bo Xilai y su polémico populismo. Según François Godement, director del Centro Asia de París y autor del recientemente publicado Qui veut la Chine? De Mao au capitalisme, el debate sigue abierto. “Hay una fuerte polémica interna sobre los intereses creados en la economía, sobre el crecimiento, sobre dónde debería estar China en 2030. No se sabe si el modelo Chonqing está terminado o si sigue siendo un contendiente. La incógnita recién se despejará entre este congreso y el de marzo, cuando asuman las nuevas autoridades”, señaló.

Desde los cambios traumáticos de la Revolución Cultural y la reforma procapitalista de Deng Xiaoping –masacre de Tiananmen incluida– el liderazgo chino busca el consenso en las decisiones. El fantasma de los dirigentes es Japón, que a fines de los ’80 era percibido como la principal amenaza a la hegemonía de EE.UU, lo cual se diluyó con la explosión de la burbuja financiera y especulativa nipona y un estancamiento que dura actualmente.

Según el autor de China and the Global Political Economy, China no correrá la misma suerte que Japón. “Por mera gravitación poblacional, tendrá una influencia que irá más allá de los vaivenes económicos. Es algo que se ve en el impacto que tiene no sólo en el mundo desarrollado sino en las economías de América latina, Africa y Asia”, indicó.

 Fuente Página/12 y La Nación

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