Dominique Strauss-Kahn, séptima personalidad del mundo, según Time Magazine, se muestra ojeroso, sin corbata, cansado, envejecido, trás su paso por la cárcel de Rikers Island. Con una expresión de derrota, uno de los protagonistas estelares del G-20, cayó en desgracia tras la acusación en Nueva York por agresión sexual a la mucama de un hotel.
Ante la mirada atónica de Francia, su popular político y director del Fondo Monetario Internacional fue arrestado en el avión rumbo a París, hacia donde se dirigia para discutir los detalles del rescate de la deuda griega con Angela Merkel y otros amos del universo. Aunque surgen denuncias tardías en la prensa francesa sobre la obsesividad sexual del político francés, en su país se lo sigue presentando como una víctima, ya sea de sus apetitos sexuales, ya sea de la Justicia estadounidense.
Como las revoluciones árabes, el caso Strauss-Kahn: les quitó la máscara a los demócratas de Occidente para dejar ver sus verdaderos valores e intereses. No deja de ser una ironía que el desprestigio del organismo sea por el presunto delito sexual de su líder y no por el acoso permanente con ajustes implacables a países en la cornisa, como los padecidos en la década del noventa por los latinoamericanos y hoy por los periféricos europeos.
Como las revoluciones árabes, el caso Strauss-Kahn: les quitó la máscara a los demócratas de Occidente para dejar ver sus verdaderos valores e intereses. No deja de ser una ironía que el desprestigio del organismo sea por el presunto delito sexual de su líder y no por el acoso permanente con ajustes implacables a países en la cornisa, como los padecidos en la década del noventa por los latinoamericanos y hoy por los periféricos europeos.