martes, 24 de mayo de 2011

Europa Europa

Dominique Strauss-Kahn, séptima personalidad del mundo, según Time Magazine, se muestra ojeroso, sin corbata, cansado, envejecido, trás su paso por la cárcel de Rikers Island. Con una expresión de derrota, uno de los protagonistas estelares del G-20, cayó en desgracia tras la acusación en Nueva York por agresión sexual a la mucama de un hotel.
 
Ante la mirada atónica de Francia, su popular político y director del Fondo Monetario Internacional fue arrestado en el avión rumbo a París, hacia donde se dirigia para discutir los detalles del rescate de la deuda griega con Angela Merkel y otros amos del universo. Aunque surgen denuncias tardías en la prensa francesa sobre la obsesividad sexual del político francés, en su país se lo sigue presentando como una víctima, ya sea de sus apetitos sexuales, ya sea de la Justicia estadounidense.

Como las revoluciones árabes, el caso Strauss-Kahn: les quitó la máscara a los demócratas de Occidente para dejar ver sus verdaderos valores e intereses. No deja de ser una ironía que el desprestigio del organismo sea por el presunto delito sexual de su líder y no por el acoso permanente con ajustes implacables a países en la cornisa, como los padecidos en la década del noventa por los latinoamericanos y hoy por los periféricos europeos. 

Mientras Argentina, Brasil, Uruguay, decidieron cancelar sus préstamos con el FMI, liberándose de las condicionalidades, que eran medidas de ajuste fiscal y monetario, exigidas para brindar asistencia financiera. Con la crisis de 2008, en lugar de reformular la estructura financiera internacional, las potencias económicas colocaron nuevamente al Fondo en el centro ordenador de paquetes de rescate y promotor de políticas de ajuste. El tradicional acoso del organismo y su clásica receta: aumento del desempleo, debilitamiento de la demanda, estrangulamiento financiero de la deuda pública y privada y continuación del ciclo recesivo. Los países que empezaron a padecer ese cerco financiero fueron los europeos periféricos, que a cambio de recursos para pagar deudas tienen que bajar el gasto público, recortar sueldos, jubilaciones, privatizar, subir impuestos y reformar el sistema de pensiones extendiendo la edad jubilatoria. El Fondo no es un factor de estabilidad en las economías apremiadas por deudas. Sus intervenciones como bombero sirven para generar una calma pasajera, tiempo utilizado por bancos y grandes inversores especulativos para ir rescatando sus colocaciones en deudas impagables, como lo son hoy la griega, portuguesa y española.

Aunque Europa tiene más recursos e instituciones continentales (UE) que los que tuvo Argentina para amortiguar ese inevitable desenlace. España hoy está siendo humillado por la tecnocracia del FMI. En la auditoría del organismo al evaluar la economía española afirmó que ese país tiene “un mercado laboral disfuncional, una burbuja inmobiliaria venida a menos, un gran déficit fiscal, un enorme nivel de endeudamiento externo y del sector privado, un anémico crecimiento de la productividad, una competitividad débil y un sector financiero con bolsas de debilidad”. Por otra parte, la deuda sofoca al Estado griego y lo obliga a reducirse sin pausa. El Consejo de ministros acordó la venta de activos públicos en la empresa de telecomunicaciones del país; el banco postal; en los puertos de Atenas y Salónica, y en la compañía pública de aguas de Salónica. La drástica medida apunta a sanear el sistema financiero del país y reducir la deuda que este año se elevará a más del 150% del Producto Bruto Interno. La prensa griega acompañó la difusión de la noticia, con augurios de despidos masivos, recortes salariales y aumento en los impuestos directos.

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