Caballito. Puente Alsina. Palermo. Mataderos: con la pantalla
partida, "Telenoche" transmitió ayer las protestas de los
condenados a vivir una ola de calor como no se recuerda en más de
cuarenta años sin luz ni agua hasta no saben cuándo, porque también
están privados de respuestas. Yo observaba esos rectángulos en el
televisor y los veía idénticos: el mismo espanto, la misma impotencia.
Escuchaba a unos y a otros y lo que oía eran múltiples voces quejándose
todas a coro.
El coro de los agobiados. Los "tan solos", los definió Markic en su informe, mientras la tele los mostraba juntándose en
las calle de sus barrios, a oscuras, para contar el desamparo. Los
días pasan, el calor no cede, la luz no vuelve, las casas se
transforman en celdas donde no corre una gota de aire ni agua. En la
tele desfilan, alternativamente, los condenados de Flores, Avellaneda, Abasto, Recoleta, Villa Crespo...No importa
dónde, ellos hacen lo que les dicta la impotencia: cortan calles,
encienden fogatas y levantan carteles reclamando el final de este
suplicio. De a ratos, los condenados pierden la paciencia y discuten
entre ellos. Escuchados por nadie, ven en la tele la posibilidad de
hacerse oír y a ella le cuentan sus pesares.
Son
relatos que te erizan la piel. Enfermos cuyos medicamentos perdieron la
cadena de frío y fueron a parar a la basura. Gente que pide ayuda para
sus vecinos ancianos a quienes no les dan las piernas ni el aliento para
bajar por escalera los diez o quince pisos que los separan de la calle.
Familias que reparten a sus hijos pequeños en casas de parientes o
amigos para evitarles el golpe de calor que los lleve derecho al
hospital. Comerciantes desconsolados por la mercadería estropeada.
Mujeres afligidas haciendo cuentas de los alimentos arrojados al tacho
de residuos.
En el libro "La ventana y el espejo. La televisión y
sus programas", la socióloga francesa Dominique Mehl sostiene que la
tele tiene esas dos funciones: la de ventana y la de espejo. Es ventana
cuando nos da la posibilidad de asomarnos a mundos que desconocemos. Por
caso, el documental sobre una cultura diferente de la propia, un país
extranjero, un logro o un padecimiento que no hemos experimentado en
carne propia. La tele, en cambio, es un espejo cuando nos muestra
realidades cotidianas y próximas, escenas con las que nos sentimos
identificados. Anoche recordé esas dos categorías mientras miraba en
"Telenoche" a los sin luz. Yo me sentía a la vez frente a la ventana y
el espejo. En ese preciso momento, la condición de esas gentes
desamparadas era, obviamente, distinta de la mía: si no hubiera tenido
luz, no los habría podido ver. Sin embargo, en estas circunstancias de
cortes generalizados y azarosos, ¿quién podría no verse reflejado en ese
mar de agobio? Lo que ellos sufren hoy, nosotros lo sufrimos ayer o lo
tendremos que sufrir mañana. Imposible es saber cuándo te tocará dejar
de ser televidente y pasar a integrar el coro de los agobiados. Empatía e
impotencia: eso me despertaron las imágenes de la angustia televisada.
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