sábado, 28 de diciembre de 2013

Sin luz: El coro de los agobiados

Por Adriana Schettini

Caballito. Puente Alsina. Palermo. Mataderos: con la pantalla partida, "Telenoche" transmitió ayer las protestas de los condenados a vivir una ola de calor como no se recuerda en más de cuarenta años sin luz ni agua hasta no saben cuándo, porque también están privados de respuestas. Yo observaba esos rectángulos en el televisor y los veía idénticos: el mismo espanto, la misma impotencia. Escuchaba a unos y a otros y lo que oía eran múltiples voces quejándose todas a coro. 

El coro de los agobiados. Los "tan solos", los definió Markic en su informe, mientras la tele los mostraba juntándose en las calle de sus barrios, a oscuras, para contar el desamparo. Los días pasan, el calor no cede, la luz no vuelve, las casas se transforman en celdas donde no corre una gota de aire ni agua. En la tele desfilan, alternativamente, los condenados de Flores, Avellaneda, Abasto, Recoleta, Villa Crespo...No importa dónde, ellos hacen lo que les dicta la impotencia: cortan calles, encienden fogatas y levantan carteles reclamando el final de este suplicio. De a ratos, los condenados pierden la paciencia y discuten entre ellos. Escuchados por nadie, ven en la tele la posibilidad de hacerse oír y a ella le cuentan sus pesares.

Son relatos que te erizan la piel. Enfermos cuyos medicamentos perdieron la cadena de frío y fueron a parar a la basura. Gente que pide ayuda para sus vecinos ancianos a quienes no les dan las piernas ni el aliento para bajar por escalera los diez o quince pisos que los separan de la calle. Familias que reparten a sus hijos pequeños en casas de parientes o amigos para evitarles el golpe de calor que los lleve derecho al hospital. Comerciantes desconsolados por la mercadería estropeada. Mujeres afligidas haciendo cuentas de los alimentos arrojados al tacho de residuos.

En el libro "La ventana y el espejo. La televisión y sus programas", la socióloga francesa Dominique Mehl sostiene que la tele tiene esas dos funciones: la de ventana y la de espejo. Es ventana cuando nos da la posibilidad de asomarnos a mundos que desconocemos. Por caso, el documental sobre una cultura diferente de la propia, un país extranjero, un logro o un padecimiento que no hemos experimentado en carne propia. La tele, en cambio, es un espejo cuando nos muestra realidades cotidianas y próximas, escenas con las que nos sentimos identificados. Anoche recordé esas dos categorías mientras miraba en "Telenoche" a los sin luz. Yo me sentía a la vez frente a la ventana y el espejo. En ese preciso momento, la condición de esas gentes desamparadas era, obviamente, distinta de la mía: si no hubiera tenido luz, no los habría podido ver. Sin embargo, en estas circunstancias de cortes generalizados y azarosos, ¿quién podría no verse reflejado en ese mar de agobio? Lo que ellos sufren hoy, nosotros lo sufrimos ayer o lo tendremos que sufrir mañana. Imposible es saber cuándo te tocará dejar de ser televidente y pasar a integrar el coro de los agobiados. Empatía e impotencia: eso me despertaron las imágenes de la angustia televisada.

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