Por Martín Rodríguez Yebra
Durante dos años, Mariano Rajoy enfrentó el creciente
desafío de los independentistas catalanes con la receta de un médico al
que le llevan un chico resfriado: ya se les va a pasar.
Pero el tiempo no trajo soluciones. El plebiscito
soberanista convocado por Artur Mas, presidente de la Generalitat de
Cataluña, colocó al gobierno de España ante uno de los desafíos
políticos más delicados desde que el país vive en democracia.
Rajoy reaccionó ante el pacto nacionalista con el
argumento blindado al que apeló desde la primera vez que Mas agitó la
bandera del "derecho a decidir": la Constitución impide un plebiscito de
autodeterminación y no hay nada que discutir.
El inconveniente es que la crisis llegó a un punto en
el que la letra de la ley se presume insuficiente. ¿Puede contener sin
ceder en nada el fervor separatista que expresaron millones de personas
en las manifestaciones de los últimos años por el Día de Cataluña? ¿Es
posible evitar un conflicto social serio sin un plan para "reconquistar"
a una sociedad desencantada que les entregó a los partidos
nacionalistas casi el 65% de las bancas del parlamento regional?
¿Alcanzará esa postura para no desanimar a los millones de catalanes que
quieren seguir dentro de España? "La sociedad catalana, según todos los datos
disponibles, sólo coincide en el deseo de un encaje político en España
distinto del actual", sostiene el sociólogo José Juan Toharia, director
de la consultora Metroscopia.
El Partido Popular (PP) de Rajoy se resiste a
considerar una reforma constitucional que revise el estatus de Cataluña,
una rica comunidad industrial donde habitan casi ocho de los 45
millones de españoles. El descontento catalán fue creciendo al ritmo de la
crisis económica. Se desempolvó el viejo eslogan "Espanya ens roba" y
ganó fuerza el relato del separatismo radical sobre una supuesta
opresión centenaria de Madrid sobre los catalanes.
Mas -un liberal que emergió de la burguesía catalana-
empezó a alimentar con timidez hace dos años el sueño nacionalista:
quería un pacto fiscal que le permitiera revertir lo que en su visión es
una injusta distribución de los fondos coparticipables. Pero la ola
independentista lo superó. Quiso subirse y casi termina arrastrado.
En 2012 disolvió su gobierno, llamó a nuevas elecciones
y retuvo el cargo con una mayoría ajustadísima que lo obligó a plegarse
al plan a todo o nada de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), los
independentistas de toda la vida.
A cambio, ERC -una formación de origen obrero y
discurso combativo- acompañó sin chistar este año el programa de
recortes de más de 1200 millones de euros que un debilitado Mas desplegó
en los ratos libres de la aventura secesionista.
Rajoy no aceptó negociar y se movió en Bruselas para
que la Comisión Europea recordara de tanto en tanto que, si una región
se separa de un Estado miembro, queda automáticamente fuera de la unión.
Así, Cataluña se encaminaría a la ruina económica, recuerda la Moncloa.
Evita explicar cómo impactaría en España la pérdida de un territorio
que produce casi un cuarto de su riqueza.
El brío de Mas parecía haberse amainado en los últimos
meses. Pero otra vez estaba en juego su poder: ERC había amenazado la
semana pasada que le quitaría el apoyo si no cumplía con el llamado al
plebiscito para 2014. Acorralado, Mas aceleró ayer hacia la pared que le
había edificado Rajoy. Puso fecha a la convocatoria y anunció dos
preguntas vagas, lo suficientemente ambiguas para que los sectores
moderados de su coalición no se vieran obligados a irse. Compró tiempo.
¿Y ahora qué? Es evidente que no habrá un acuerdo de
Estado, al estilo del que logró Escocia con Gran Bretaña para llamar a
un plebiscito legal.
El rechazo total al plan por parte de los grandes
partidos españoles vislumbra tres caminos posibles para el gobierno
catalán, todos complicados.
El primero es recurrir a una ley regional de consultas
públicas para convocar el plebiscito, lo que desataría una larga disputa
judicial sobre su validez. El segundo, más dramático, sería una
declaración unilateral de independencia. El último: que Mas,
imposibilitado de cumplir su promesa, disuelva el gobierno y llame a elecciones plebiscitarias. Así podría proponer a los catalanes un
frente integrado por todos los partidos separatistas. Un plebiscito por
otra vía.
Todas las hipótesis abren un futuro inquietante para
Rajoy. ¿Qué hará si la ofensiva no cesa? ¿Estará dispuesto a aplicar las
soluciones drásticas que le otorga la Constitución, como la suspensión
de la autonomía de Cataluña? Es muy probable que sentarse a esperar ya
no sea una opción..
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