La
invisibilidad de la violencia de género consiste en negarse
deliberadamente a registrar este fenómeno como un problema social y
pretender limitarlo a la esfera de lo privado. Hay una invisibilidad
individual que tiene por sujeto a la propia víctima y se nutre por la
circunstancia de intimidad en que acontecen estos hechos que son
silenciados por múltiples razones y no “porque a las mujeres les gusta
que les peguen”. Muchas mujeres no han aprehendido sus derechos de modo
de registrar el maltrato como una violación a los mismos. En este
consentimiento silencioso es determinante el miedo que se apodera de las
víctimas –inconmensurable para quienes no lo hemos padecido–,
alimentado por las amenazas cotidianas del agresor; el temor a que la
exposición provoque reacciones de escepticismo o de más violencia; el
descrédito ante la falta de respuesta institucional y la resignación
ante lo que se considera un designio inherente al género.
Existe también una invisibilidad sociofamiliar por la que parientes, amigos y vecinos optan por un silencio cómplice o, lo que es peor, alientan a soportar la situación basándose en mitos tales como la sacralización de la familia y la superioridad del varón, entre otros. Por otra parte, la invisibilidad institucional refiere a quienes tienen la responsabilidad de analizar e investigar la problemática para prevenirla, así como de dar asistencia y protección a las víctimas. Habitualmente se habla de “la punta del iceberg” para señalar la escasa producción de estadísticas e investigaciones con muestras representativas y que abarquen todo el país (Argentina). Es una de las razones que impide su consideración como un problema social significativo.
Así, la invisibilidad política es consecuencia de las anteriores y a su vez las sustenta para mantener el statu quo, permitiendo que tanto los gobiernos como las comunidades y los particulares hagan caso omiso de sus responsabilidades. Esto es así porque la víctima no lo denuncia, la sociedad no lo condena, las instituciones no lo registran y las autoridades no lo resuelven.Lo que es evidente cuando se habla de la invisibilidad de la violencia familiar en cualquiera de sus dimensiones es que ésta resulta invisible no porque no se vea sino porque todos miramos para otro lado.
Existe también una invisibilidad sociofamiliar por la que parientes, amigos y vecinos optan por un silencio cómplice o, lo que es peor, alientan a soportar la situación basándose en mitos tales como la sacralización de la familia y la superioridad del varón, entre otros. Por otra parte, la invisibilidad institucional refiere a quienes tienen la responsabilidad de analizar e investigar la problemática para prevenirla, así como de dar asistencia y protección a las víctimas. Habitualmente se habla de “la punta del iceberg” para señalar la escasa producción de estadísticas e investigaciones con muestras representativas y que abarquen todo el país (Argentina). Es una de las razones que impide su consideración como un problema social significativo.
Así, la invisibilidad política es consecuencia de las anteriores y a su vez las sustenta para mantener el statu quo, permitiendo que tanto los gobiernos como las comunidades y los particulares hagan caso omiso de sus responsabilidades. Esto es así porque la víctima no lo denuncia, la sociedad no lo condena, las instituciones no lo registran y las autoridades no lo resuelven.Lo que es evidente cuando se habla de la invisibilidad de la violencia familiar en cualquiera de sus dimensiones es que ésta resulta invisible no porque no se vea sino porque todos miramos para otro lado.
Esta invisibilidad tiene muchas causas y protagonistas y una terrible consecuencia: el absoluto desamparo de las víctimas. Disminuirla requiere un gran cambio que depende de todas/os, reflexionar sobre el diferente trato que damos a mujeres y varones en iguales circunstancias puede ser el primer paso.
* Licenciada en Trabajo Social y Magister en Criminología.
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