Por Jorge Lanata (Desde Madrid)
Los sueños son distintos, pero el despertar es
bastante parecido. En ambos países el humor social ha cambiado, y eso se
nota en la calle. “The dream is over”, diría John Lennon
en “God”. Aquí, en Madrid, la ilusión europeísta ha terminado. Se
sienten lo que siempre fueron: sudacas trasplantados que pagaron cara la ilusión de volverse ingleses, o alemanes.
El paisaje español se ha latinoamericanizado.
Hay trapitos en los semáforos, inmigrantes pidiendo dinero a los
turistas en las mesas de las terrazas, piquetes, escraches y miedo,
mucho miedo: miedo a perder el empleo, miedo a que aumenten todavía más
los impuestos, miedo al corralito, miedo a la falta de opciones.
Le
preguntaba a un chofer por qué todavía creen en Rajoy: “Ya sé que no
tiene sentido -sonrió-. Es como amar al Diablo. Pero es lo único que
tenemos”.
Los escándalos de corrupción comenzaron con el socialismo, llegaron luego a la derecha y ahora avanzan a la familia del Rey, que ha comenzado a ser víctima de silbatinas en los actos.
Simplemente, no quedó nadie. Izquierda Unida crece, pero no lo
suficiente para ganar una elección nacional, y la crisis dividió las
regiones autónomas, que buscan ahora sin más su independencia. Cataluña
es el mejor ejemplo. El hijo del ex presidente eterno de la Generalitat,
Jordi Pujol, fue esta semana el emblema de la corrupción española: ganó 12,7 millones de euros en un día con una empresa de un solo empleado.
Iniciatives Marketing i Inversions es una de las empresas de Pujol
investigadas por mover 32 millones de euros en 13 países, entre ellos
paraísos fiscales. Obtuvo ese beneficio en 2008 gracias a “ingresos
extras”. La corrupción no es nueva en España, pero ahora impacta mucho más fuerte en el ánimo de la población, más empobrecida.
La pobreza española, claro, no es la latinoamericana: aquí aún no hay miseria, sino pobreza.
No hay villas como en cualquiera de nuestros países, sino barrios
marginales y muchísimos desocupados. Quienes nos cerraban con desdén las
puertas de la frontera ahora miran el crecimiento de América latina con
avidez. Sueñan con Brasil, o Chile, o Perú. Desconfían de Argentina y
más aún del kirchnerismo: la expropiación de YPF terminó por
convencerlos, aunque nunca vieron al peronismo como un partido progresista.
Perón es aquí parte de la España vieja: Franco, Puerta de Hierro, las
joyas de Eva, las viejas de pañoleta negra que se persignaban en cada
esquina.
Es curioso lo que sucede en los países cuando la ilusión
se rompe: nunca hay término medio, y triunfan el cinismo y la
desesperanza. Las personas solamente se disponen a aguantar, aguantar el
chubasco, esperar que pase. El discurso antipolítico de los indignados
no sembró ningún partido, pero se instaló en la cultura, así como en la Argentina se instaló la grieta que sostiene la división.
El espíritu inorgánico y combativo de los indignados ganó la calle y
dejó como herencia las protestas ante los desahucios, e importó los
escraches. Aquí llaman desahucios a los desalojos, cada vez más
numerosos: durante la fiesta de los bancos se le dio crédito a
cualquiera que quisiera tomarlo, incluso a empleados en negro.
Ahora llegó el momento de pasarles el ticket. Durante 2012 se tramitaron
70.527 desalojos, un trece por ciento más que el año anterior. Desde
2008 se judicializaron 415.117 órdenes de desalojo, de las cuales
252.826 se hicieron efectivas. Cataluña, Madrid, Andalucía y Valencia
fueron las regiones más afectadas.
Los escraches –un invento argentino al que se le reconoce aquí la patente intelectual– han ido hacia los políticos y los bancos,
y fueron iniciados por la Plataforma de los Afectados por las
Hipotecas. El sujeto de los escraches son los diputados que no apoyan la
Iniciativa Legislativa Popular que pide su suspensión y que cuenta con
el apoyo de un millón y medio de firmas. El mínimo exigido para que la
iniciativa se tome en cuenta es de medio millón. Hay aquí quienes
defienden los escraches basándose en el incumplimiento de las normas,
y otros reivindican el derecho de protesta ante legisladores que no
tienen un horario de atención a los ciudadanos en sus despachos.
“Hace
tiempo que en esta partida alguien dio un puñetazo sobre la mesa,
cambió las reglas y rompió la baraja. Y no fueron los afectados”,
escribió el columnista del diario Público Isaac Rosa. “Al contrario, los
antidesahucios ni han empezado por los escraches, sino que antes de
llegar hasta aquí han ido subiendo escalones previos: confianza en el
sistema (que los dejó tirados), denuncias en los juzgados (pero la ley
hipotecaria los desamparaba judicialmente), peticiones a los gobernantes
(oídos sordos), manifestaciones (ignoradas o reprimidas), paralización
de desahucios (recibiendo a cambio más policía), recogida de firmas y
presentación de una iniciativa (que el PP se resistió a admitir a
trámite y piensa rechazar) y ahora, después de consumir todos los
cartuchos anteriores, el escrache”. Las tertulias debaten si es o no una
práctica nazi, mientras la policía debate menos y pega palazos demasiado contundentes.
En
la mañana del jueves Madrid se despertó como si le hubieran tirado un
balde de agua fría en la cara: las cifras del paro ganaron el título de
todos los noticieros y aumentaron la desazón general: 6.202.700 desocupados, el 27,16% de la población económicamente activa,
y se esperan 250.000 más para el corriente año, en el que el pronóstico
de crecimiento es negativo: menos 1,5%. El tiro de gracia lo dio una
encuesta que llegaba desde Europa del Norte: cinco de cada diez alemanes creen que los españoles son “corruptos, poco fiables y ociosos”.
A lo que se parece en verdad España no es al presente de la Argentina sino al futuro: lo que quedará cuando la burbuja estalle.
¿Cómo será la Argentina cuando se blanquee la crisis energética, las
tarifas sean reales y los escándalos de corrupción comiencen a salpicar
cada vez más? No sería improbable que el gobierno que suceda al
kirchnerismo surja del peronismo más conservador, y tampoco lo sería el
hecho de que, terminada la cena, quienes vengan se decidan a pasar la
cuenta. Ya los diez años de kirchnerismo muestran por primera vez al
peronismo ajustándose a sí mismo.
Una manera de observar en
perspectiva a los gobiernos es preguntarse qué dejaron: la burbuja
inmobiliaria europea dejó aeropuertos, autopistas y mucha obra pública
proyectada para Tokio que terminó usándose en la Europa pobre.
¿Qué dejará la era K en la Argentina? Lo único que puede verse con claridad es la grieta.
Apenas pasaba a saludar, si 'maguis' anda por allí...
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