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Besando el suelo al llegar |
Existe una avalancha de personas provenientes de las áreas más pobres del mundo que cruzan el Mediterráneo en precarias barcazas, con la ilusión de encontrar una vida mejor o huyendo de la guerra. Les dicen “pateras” a esas barcas destartaladas en que los convidados de piedra se acercan al banquete europeo. Las medidas adoptadas por la Unión Europea para controlar la llegada de inmigrantes por las rutas marítimas del Mediterráneo no han frenado las desesperadas travesías.

Los servicios de rescate españoles se vieron sorprendidos en los últimos días por la llegada de más de 681 inmigrantes que partieron de las playas de Marruecos, a bordo de 70 botes inflables de juguete, de acuerdo con el último balance de Salvamento marítimo. Del total, 573 eran varones, 88 mujeres y 20 menores. Una de las mujeres estaba embarazada y fue trasladada a un hospital para ser asistida, de acuerdo con fuentes de la Cruz Roja. Anteayer, los inmigrantes rescatados fueron 299 en 31 embarcaciones, la mayoría también de juguete.
A principios de año, el gobierno español alertó de una presión migratoria sin precedentes y pidió ayuda a la Unión Europea. Este llamamiento se produjo en pleno escándalo por el accionar represivo de los guardias fronterizos de Ceuta, que lanzaron gases lacrimógenos y balas de goma contra un grupo de inmigrantes que intentaba llegar a nado a territorio español, de los cuales 16 murieron ahogados. “Unas 40.000 personas están esperando para saltar desde Marruecos y centenares de miles esperan más abajo”, llegó a asegurar el ministro de Interior español, en el momento en que la UE cuestionó y pidió explicaciones por aquellos hechos. Del supuesto mundo globalizado y sin fronteras estamos pasando, a pasos agigantados, a un mundo casi carcelario: muros y vallas, costas que se abarrotan de seres desesperados y hambrientos. En resumen: un mundo en el que día a día se angostan la libertad, la dignidad y los derechos humanos más elementales.
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