(22/08/10) Muere el escritor argentino Rodolfo Fogwill, tenía 69 años. Autor de la novela que lo catapultó, "Los pichiciegos", la escribió durante la Guerra de Malvinas, en 6 días, con una ración dosificada de 12 gs. de cocaína. Lo mató la afición al cigarrillo, esa misma que había observado en él Jorge Luis Borges en sus últimos años de vida, cuando Fogwill comenzaba a hacerse un novelista conocido. Borges dijo que aquel sociólogo y exitoso publicitario sabía mucho de coches. "Yo me puse contentísimo -recordaba Fogwill sin temor al ridículo-. 'Pero tarado', me dijo Enrique Pezzoni (otro crítico argentino). 'Quiso decir que no sos un escritor'."
EL SUR TAMBIEN EXISTE, PERO MAL
FOGWILL 15/08/2009
EL SUR TAMBIEN EXISTE, PERO MAL
FOGWILL 15/08/2009
En Argentina se trenza la creación literaria, la desacertada política
cultural y el enriquecimiento de los Kirchner
cultural y el enriquecimiento de los Kirchner
Aquí en el Sur, la influenza estacional se suma a la crisis económica global para aplastar el mercado de libros. El canal librero es tan débil que una merma del 10% al 20% lo deja en su límite de subsistencia. En los barrios de Palermo, Belgrano y San Isidro quiebran tiendas y restaurantes, pero las librerías se obstinan poniendo énfasis en la oferta infantil. Es que a los niños ricos, con colegios, clubes, espectáculos y centros de compras temporariamente vedados, les ha llegado, finalmente, una oportunidad para tratar de leer. No ocurre lo mismo en otras zonas donde lo último que alcanza a pensar un padre es que su hijo sea capaz de quedarse quieto y mudo fuera del alcance de un televisor. Mal les va a las cadenas de librerías que apostaron a abrir locales en los shopping ahora despoblados y estigmatizados por la publicidad oficial que alienta el ausentismo. Por ahora, las pérdidas sólo ocasionan moras impositivas, salariales y de arriendo, pero tarde o temprano la industria editorial pagará las pérdidas alargando plazos y aumentando sus créditos a libreros y distribuidores.
Y sin embargo siguen apareciendo libros. Como siempre las mejores novedades corren por cuenta de pequeños editores: en plena crisis y terrorismo médico-viral, aparecieron no menos de cinco libros muy interesantes. Son obras de autores jóvenes y desconocidos hasta por sus amigos: la editorial unipersonal Paradiso, lanzó Sol artificial, firmado con el seudónimo Zooey y atribuido a un joven y brillante profesor de filosofía. La también unipersonal Mansalva, conocida por su biografía de Lamborghini y por ostentar diseño de cubierta más distintivo de las editoriales de esta lengua, introdujo en julio En la pausa, de un tal Diego Meret, de quien sólo se sabe que ronda los treinta años, fue obrero textil y que, si logra otro libro de este nivel de calidad, figurará muy pronto en ese seleccionado argentino donde, a falta de mejores, se nos suele poner a Pauls, a Kohan, a Piglia y a mí.
La ditorial HUM de Montevideo ha exportado a Buenos Aires la genial Baudelaire de Felipe Polleri, un cincuentón que se las ha ingeniado para componer el libro más joven de esta terna invernal. Es una nouvelle que parece inspirada para continuar y superar al insuperable Cecil Taylor de Aira, y para cumplir ortodoxamente el dogma de Literatura de izquierda de Tabarovsky hasta el punto de que me he apurado a recomendar a los extremeños de Periférica para que se armen de ella antes de que, con el convincente argumento del euro y el bien ganado prestigio de su Caballito de Troya les gane de mano Constantino Bértolo.
A pesar mío, debo sumar a la lista un producto multinacional impreso por la filial argentina de Anagrama: Bajo un sol tremendo, primera novela del treintañero Carlos Busqued, la más argentina de la terna y la más llamativa por su atmósfera de porro y el reguero de sangre sobre el que teje su trama. Al enterarme de que esta obra fue finalista del Premio Herralde 2008 me quedé pensando que un jurado latinoamericano la habría catapultado al primer rango del certamen y, también, a un imaginario Premio Superherralde de la década que siguió a la revelación de Bolaño.
Sarmiento, que además de ser un gran escritor, fue un presidente cuya política cultural marcó a Argentina desde el siglo XIX, descubrió que con la palabra "argentino" se puede componer en español uno y sólo un anagrama: "ignorante". Pese a 120 años de barbarie populista y de su complementaria barbarie cívico-militar, las huellas de Sarmiento se siguen viendo en el entorno urbanístico que promovió y en la educación laica y gratuita que sigue casi vigente aún bajo el más crudo neoliberalismo. Pero la política cultural de los Gobiernos posdictadura parece programada para confirmar del acierto del anagrama que nos maldice.
En 2007 Argentina fue invitada de honor de la feria del libro de La Habana y el Estado movilizó una comitiva de 150 personas en las que no hubo más de cinco escritores: funcionarios, familiares y músicos de rock se hacinaron en dachas y hoteles de cinco estrellas y probaron el embotante daiquiri de Hemingway. Hace años que se sabe que Argentina será la invitada de honor en la feria de Francfort de 2010 y desde el Estado se planeó utilizarla para promover la industria del cuero, el tango, el vino Malbec, y lo que llamaron "íconos nacionales": las figuras de Maradona y del Che Guevara. Los Gobiernos del matrimonio Kirchner no consiguieron contratar a un funcionario que entendiese la naturaleza y las funciones de ese evento.
Tardíamente advirtieron que debían promover autores y precipitaron un plan de traducciones que compromete poco más de cien mil euros para lanzar 45 obras y no promete más resultado que el halago a la vanidad de quienes tuvimos la suerte de integrar la descabellada lista. Bien leída, la prensa es fatal: en la misma semana de julio en la que se supo oficialmente que el presupuesto de cultura se redujo en un 20%, consultas a la agencia impositiva verificaron que el matrimonio Kirchner, que acaba de fracasar en el plan de alternarse en el poder, en apenas cinco años sextuplicó su patrimonio hasta alcanzar los soñados diez millones de euros, que aquí en el Sur es mucho, aunque no signifique nada.
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