Primer ministro chino en Kenia |
A los habitantes de Colibuia, localidad de Guinea-Bissau, se les
acabó la paciencia. Un grupo de jóvenes, armados
con palos y machetes, impidió el acceso a un bosque próximo al pueblo a
una cuadrilla de leñadores venidos de Guinea-Conakry y
contratados por una empresa china. En la refriega hubo cuatro heridos.
“Estamos hartos. No solo están destrozando la naturaleza, sino que las
comunidades no reciben nada a cambio”, asegura un miembro del
colectivo de jóvenes Renaj. La madera de Guinea-Bissau o Mozambique; el
petróleo de Sudán, Angola y Guinea Ecuatorial; el uranio de Níger, el
cobalto de la República Democrática de Congo, el cobre de Zambia, el
pescado de Mauritania y el marfil de Tanzania, Kenia o Camerún. África se ha convertido en el principal escenario de una guerra a gran
escala por los recursos naturales en la que China, un país de 1.300
millones de habitantes con enormes necesidades de materias primas, no
deja de ganar batallas. Y la voracidad del gigante asiático es tan grande como la huella ambiental que está dejando a su paso.
En la avenida de Amílcar Cabral de la ciudad de Bissau hay un enorme
atasco de camiones. Un simple paseo entre ellos basta para darse cuenta
de cuál es su carga: madera. Miles de troncos apilados dentro de cientos
de contenedores. Es la ruta de acceso principal al puerto y
prácticamente cada día se repite la misma escena. Uno de los
transportistas muestra su certificado de exportación. Destino: puerto de
Huangpu, China. Informes de Naciones Unidas que se apoyan en
testimonios de las propias comunidades locales aseguran que salen entre
60 y 75 contenedores cada día. Cientos de miles de árboles cada año.
El ingeniero forestal Constantino Correia, que hace años fue director
general de Bosques del Gobierno, conoce este trasiego por dentro. “El
último inventario forestal de Guinea-Bissau data de 1985 y en la
actualidad se están dando licencias de corte sin control, que luego las
empresas guineanas venden a empresas chinas. Estamos perdiendo unas
80.000 hectáreas de bosque cada año y nadie tiene ningún plan de
reforestación”. Tras el golpe de Estado de abril de 2012,
Guinea-Bissau ha padecido un Gobierno débil y quien ha llevado las
riendas ha sido, en realidad, un Ejército cómplice de este expolio.
“Cuando la población local protesta o se resiste, los militares
acompañan a las cuadrillas de las empresas chinas”, asegura Turé.
El problema reside en que los árboles, que deberían pasar por alguno
de los 13 aserraderos habilitados en el país, son cortados en hangares
clandestinos o directamente en el bosque, y los troncos, cargados en los
contenedores, lo que permite esquivar los controles. Si a ello se suma
el soborno a funcionarios y políticos para que hagan la vista gorda, el
círculo se cierra. En la terraza del hotel Kalliste, en la capital de
Bissau, empresarios chinos y comerciantes locales hacen sus cuentas en
ajados cuadernos y anotan contenedores vendidos como si fueran
rosquillas. Los asiáticos están interesados sobre todo por una especie
en concreto, la Pterocarpus erinaceus, conocida aquí como pau de sangue, muy apreciada por la calidad de su madera, ideal para la reproducción de muebles de la dinastía Ming y Qing.
Pero Guinea-Bissau es apenas la punta del iceberg. Según la
organización internacional Agencia de Investigación del Medio Ambiente,
China es el mayor comprador de madera ilegal del mundo y sus grandes
necesidades, tanto para muebles como para la construcción, se encuentran
detrás de la deforestación de países como Mozambique. Así lo puso de
manifiesto el informe Pillaje chino, elaborado por la ambientalista Catherine MacKenzie a petición de organizaciones sociales
mozambiqueñas, en el que se aseguraba que,
al ritmo actual, sus principales bosques desaparecerían en un periodo de
10 años. El dato es preocupante, como el hecho de que nada menos que el
30% de la cubierta forestal de África central está bajo concesión china
para su explotación. Lo paradójico del asunto es que las autoridades
del país asiático muestran, al mismo tiempo, un gran interés en proteger
sus propios bosques, manteniendo moratorias a la tala y aprobando una
legislación cada vez más restrictiva para la explotación maderera.
No es solo madera. Desde los años ochenta, China tiene su mirada fija
en África, donde está librando una guerra sorda con Occidente por
hacerse con el control de los recursos naturales. Ya en 2009 desbancó a
Estados Unidos como primer socio comercial del continente con unos
intercambios que no han dejado de aumentar, cifrados en 198.000 millones
de dólares en 2013. El 60% de las exportaciones africanas al gigante
asiático están conformadas por el petróleo, seguido de minerales,
metales, diamantes y madera. No son solo los chinos; también países
emergentes como India, Brasil, Corea del Sur o Rusia están tomando
posiciones, pero no cabe duda de que el país más poblado del mundo está
ganando la batalla. Ahora bien, como dice un proverbio africano, cuando
los elefantes se pelean es la hierba la que sufre. Y en este inquietante
conflicto de intereses la hierba suele ser el medio ambiente y las
comunidades locales, que llevan todas las de perder.
Los conflictos están surgiendo por todas partes. En 2006, Gabón
decidió suspender la licencia de explotación petrolera concedida a la empresa china Sinopec
tras constatar que el uso de dinamita y maquinaria pesada en el parque
nacional de Loango perjudicaba a los gorilas. Finalmente, la compañía
tuvo que pagar una multa y adaptar sus normas ambientales para seguir
operando. El pasado 21 de mayo, el Gobierno chadiano suspendía las
perforaciones de la empresa estatal china CNPC acusándola de “métodos
nefastos” y “vertidos nocivos”. Años antes, las autoridades de
Zambia decidieron cerrar una explotación china de cobre en Kabwe tras constatar prácticas contaminantes para la población.
Las industrias extractivas se aprovechan de la escasa regulación
ambiental o de la debilidad de algunos Estados africanos para obtener
así un mayor beneficio. La estrategia china suele ser la de dejar a
cambio grandes infraestructuras, algo que muchos africanos valoran
positivamente. Por toda la geografía africana se ven palacios de
congresos, carreteras, puentes o presas que llevan el sello asiático.
Pero lo cierto es que, en los últimos años, las comunidades empiezan a
despertar de su letargo y a empujar a sus Gobiernos a adoptar medidas
protectoras, incluso adoptando formas de resistencia. Como dice el
sociólogo guineano Miguel de Barros, “las colectividades rurales de
Guinea-Bissau, pero también las de otros lugares de África, saben lo que
pasa y es de esperar que adopten medidas si quienes deberían proteger
su forma de vida, su entorno natural, no lo hacen”.
Fuente: José Naranjo/Dakar/ El País -22 de junio de 2014
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