Mientras el virus ha tenido fronteras, en África, el orden de las cosas sigue su
cauce. Los muertos no contaban, salvo los pertenecientes a
organizaciones religiosas, médicos y personal de organizaciones humanitarias, blancos, trasplantados
al apodado, continente negro. Víctimas del Ébola
u otras enfermedades infeccionas han pasado a la categoría de mártires. Religiosos altruistas que dan su vida por ayudar al desvalido.
Una manera como cualquier otra de salvar el alma y redimir el
sentimiento de culpa propio de pecadores.
Igualmente, gente de la farándula hacen campaña para apadrinar un niño, construir una escuela o levantar un hospital. África es un buen lugar dónde practicar
la condición de buen samaritano. Inclusive, Naciones Unidas tiene sus
embajadores. ¿Algo habrá que hacer ante las hambrunas, falta de escuelas,
hospitales, desastres naturales y enfermedades que asuelan África? Mil
cosas, desde campañas de concientización en medios de comunicación hasta
bonos solidarios ubicados estratégicamente en las cajas registradoras
de supermercados que nos recuerdan la necesidad de
misericordia con los pobres y desheredados de la tierra. Sin olvidarnos
de las órdenes religiosas que se esmeran en recoger alimentos,
medicamentos y donaciones para ampliar su labor evangelizadora.
Comparte tu riqueza con un pobre, Dios te recompensará en el cielo,
pero antes pasa por caja. Sólo un dato: la
orden San Juan de Dios, a la cual pertenecía el sacerdote español
repatriado de Liberia y contagiado de ébola, contaba en 2011 para su
filial, Orden Hospitalaria San Juan de Dios, con 12 millones de euros en
productos financieros de deuda pública del tesoro español y capitales
de riesgo y 1.16 millones de euros en renta fija del Banco de Santander.
Todo un detalle, teniendo en cuenta que el medio millón de euros, que
dice el gobierno ha costado el traslado a Madrid, será sufragado
íntegramente por el Estado. De esta forma se cierra un capítulo más de
la connivencia entre Iglesia y Estado.
Eso sí, mientras nos congratulamos del operativo humanitario, en
Estados Unidos el ejército anuncia poseer un fármaco secreto llamado
Zmapp como respuesta al virus del ébola. Dicho anuncio coincide con los
traslados del médico Kent Brantly y la cooperante Nancy Writebol,
afectados por el virus, al centro de enfermedades infecciosas de
Atlanta, el más completo en el mundo para su tratamiento. Mientras
tanto, el religioso español Miguel Pajares es repatriado a un hospital
de Madrid, desmantelado, que no cuenta con medios, pero sí con el
fármaco, enviado por el ejército estadunidense. En ambos casos se da vía libre para
experimentar en humanos. Ahora, tras la muerte del sacerdote español, el Comité de Ética de la OMS aprueba el uso experimental del fármaco en África como opción para
el tratamiento o prevención, aunque no se conozcan sus efectos
secundarios y su eficacia no esté comprobada. Pero, oh casualidad, el
fármaco está agotado…
Utilizar el Zmapp en los países afectados por el virus del ébola
amplía la población sobre la cual experimentar, pero sobre todo facilita
a sus dueños el control, a pie de campo, de los posibles efectos
secundarios, convirtiendo a África en un laboratorio al aire libre. Por
el momento el brote actual ha causado la muerte de más de mil personas,
situando la tasa de mortalidad entre 25 y 90 por ciento de los
infectados. Pero nos olvidamos que los países afectados forman parte del
tercer mundo, donde se desarrolla la venta de armas, la extracción de
materias primas y el comercio ilegal de diamantes o animales exóticos
por auténticas mafias y empresas trasnacionales, donde los gobiernos
hacen la vista gorda. No hay nada mejor que una espléndida pandemia
vírica para aumentar beneficios.
Sirva como recordatorio que África, sus gentes y sus riquezas han
sido explotadas por potencias e imperios en nombre del progreso y la
civilización. Bélgica, Holanda o Gran Bretaña. Sin olvidarnos
de Francia, España, Portugal, Alemania o Italia. Desde el siglo XVI,
hombres, mujeres y niños fueron capturados, encadenados y transportados a
Europa y América, vendidos como esclavos. Reyes, cortesanos y burgueses
amasaron sus fortunas potenciando el comercio de carne humana.
Igualmente expropiaron sus territorios y establecieron sus lindes para
monocultivos, plantaciones de caucho, cacao, azúcar y cuanta materia
prima fuese capaz de generar ganancias. Asimismo, el marfil, las pieles y
los trofeos de caza lucen en mansiones de Londres,
Ámsterdam, París, Bruselas, Roma o Hamburgo.
Hoy Europa le cierra las puertas. Antes los importaban como
mercancía, hoy los expulsan como seres humanos. Pateras atestadas de africanos, atraídos por las sociedades opulentas, dejan su vida
en el mar por un sueño imposible. Son miles los africanos muertos en las
aguas que bañan las costas de España y Italia o ven cómo se les reprime
cuando tratan de saltar las alambradas de Melilla. El ébola es un
argumento más para cerrar puertas y, de paso, seguir obteniendo
beneficios económicos en nombre del progreso. El ébola es una bendición
para las empresas farmacológicas. Además lo sufren africanos. Una ventaja.
Fuente Marcos Roitman Rosenmann/La Jornada
Fuente Marcos Roitman Rosenmann/La Jornada
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