Por Julián Gorodischer
Ayer, una amiga –Déborah W.– me revelaba: “Me dejaron un jabón en la
puerta de casa, con el nombre de Amir Areef, niño palestino asesinado
este mes en el bombardeo en Sha’af”. Déborah no denunció el hecho y tiró
el jabón: sospecha de los pibes del 15° B, a quienes suele pedir que
bajen el volumen de la música a todo lo que da. Casi se desangra por una
úlcera nerviosa, mi tío abuelo Isaac, insultado la semana pasada por
deambular con su kipá por La Matanza; estaba tan ilusionado con leerse
en la saga de su lucha como partisano polaco, que le dediqué con todo el
amor del mundo. Pero no es momento, le dije el lunes, para que tu
historia salga a luz. Lloramos juntos: no sobrevivirá para verla
publicada. Son días para dar excusas y asimilar agresiones. “Esbirro,
dejate de dar lástima”, me escribieron debajo de “Camino a Auschwitz”,
la biografía de mi tía abuela Paie, prostituta de Auschwitz, que
publiqué en formato digital. Había decidido no volver a Israel después
de la segunda vez, en 2012, cuando una compañera de estudios de origen
musulmán, Aisha S., nos contaba que le metieron la mano enguantada en la
vagina en una revisación de rutina en el aeropuerto de Tel Aviv. Luego,
el oficial nos preguntó: “¿Cree en Dios?”, “¿Está circuncidado?”, en
las antípodas de la preservación de la intimidad y el respeto esencial.
¡Pero qué fácil es hoy mezclar la baraja para que arroje sólo confusión y
se reafirme un chivo expiatorio, tan necesario ante una masacre
exponencial! Se siente en lo cotidiano: profusas muestras de distorsión
entre el accionar homicida de un Estado, la identidad judía en la
diáspora y, lo más grave, la subestimación de la memoria del Holocausto
nazi. Pesa sobre los judíos de la diáspora, desidentificados con el
accionar del Estado de Israel, integrados a cada comunidad, pero
atraídos a explorar sus raíces, una acusación que, de tan lineal y
servida, hasta parece difícil de refutar: después de 60 años de
testimonios de los campos, las víctimas de Gaza inhabilitarían cualquier
relato que coloque a un judío del lado de las víctimas. Aunque el
Estado de Israel no sintetiza ni representa a la cultura judía global,
la historia de mi tío abuelo Isaac deberá esperar, por un tiempo largo,
en las sombras.
Revista Ñ Clarín Buenos Aires
Lo que Ud. describe es interesante.Pero solo un efecto colateral de la situacion global. Y, como no entra en el tema del conflicto en Gaza, es superficial. De todas manera a todos los judios les interesa que el antisemitismo este controlado
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