El espionaje es tan viejo como el género humano que con el tiempo se
ha ido sofisticando. Los egipcios enviaban mercaderes a visitar otras
tierras para que nutrieran a sus soberanos de informaciones sobre la
vida de sus vecinos. De aquellos papiros con informes encriptados,
trasiego de documentos (el cardenal Richelieu estuvo a sueldo de los
zares rusos), las fotografías furtivas de unidades militares o de
papeles secretos, informes detallados sobre las personalidades de un
gobierno, sobre todo sus debilidades y mucho más, producto casi siempre
de individuos o de un pequeño equipo, se están convirtiendo en temas de
leyenda cuando entidades como la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)
puede coordinar el control de cualquier llamada telefónica o el
movimiento de cualquier red social y mucho más, algo que arroja a la
historia de la antigüedad el trabajo de los espías. Más aún desde que el
hombre puso satélites en el espacio cargados con máquinas inteligentes,
muchas necesidades de las grandes potencias se han cubierto sin que un
fisgón logre hacerse de documentación ultrasecreta. Los drones no son
solamente máquinas sofisticadas de matar sino ojos escrutadores de todo
lo que se mueve debajo de árboles, cadenas montañosas o grandes espejos
de agua.
El mundo del espionaje no es en los últimos tiempos sólo
militar o político-económico sino preeminentemente industrial, sobre
reservas estratégicas, políticas ecológicas: en todo caso el analista se convierte en insoslayable para poder interpretar
millones de datos dispersos. Ningún país escapa de tener personal
especializado en inteligencia, interna o externa. Pignatelli
contó en el libro, El traidor, el caso del mayor del Ejército
argentino, Guillermo Mac Hannaford, quien se acusó de entregar
documentación clasificada a Bolivia y fue condenado por ello. En 1956, el gobierno argentino declaró persona no grata al
agregado naval soviético, capitán de corbeta Alexandre Morozov. Según el
Daily News de Nueva York, el marino soviético fue “sorprendido cuando
trataba de comprar secretos navales de los EE.UU”. El despacho señalaba
que el capitán ofreció a un marino argentino “cinco mil dólares por un
documento sobre tácticas submarinas. Este documento había sido entregado
a la Armada argentina por la misión naval estadounidense”.
Cuando
Julián Assange irrumpió revelando los mensajes cifrados de las
embajadas norteamericanas en casi todo el mundo, el trabajo de análisis
político de los diplomáticos quedó al desnudo. Ese enorme paquete no
incluyo informes de espionaje porque habitualmente estos trabajan al
margen de las embajadas (sistema que se repitió en todos los casos y
países), aunque tales topos tenían o tienen un contacto con alguien en
la embajada. Con sus revelaciones Edward Snowden, analista de la NSA,
puso en jaque el nuevo sistema de fisgoneo, el sofisticado y casi
invisible, colocando negro sobre blanco como toda la humanidad está
controlada por los servicios secretos estadounidense. En realidad
la NSA llevó a escala planetaria el trabajo de larga data del FBI sobre
la población de su país, faena desplegada por otros servicios secretos
en otros estados, como en su momento lo hicieron (lo hacen bajo otras
formas), la KGB, la Stassi y otros.
Desde que surgió el Estado
soviético, las agencias de inteligencia de los EE.UU. intentaron saber
los secretos del Kremlin. El hombre más exitoso en analizar lo que
verdaderamente pensaban en Moscú, Pekín y hasta La Habana y Hanoi, fue
el espía Morris Childs, reclutado por el FBI de las filas del PC de los
EE.UU. Childs era el responsable de la política exterior de su
organización y por su inteligencia y habilidad había despertado la
confianza de los líderes del PCUS. El no transmitió secretos militares,
no estaban a su alcance, pero sí anticipó en años que estallaría un
conflicto entre Moscú y Pekín, conclusión a la que arribó conversando
con Nikita Jruschov y con Mao Ze Dong, por separado. Avisó, por una
conversación en La Habana con el dirigente comunista Aníbal Escalante,
que los cubanos sabían lo que sería la invasión de Bahía de los Cochinos
y numerosos informes más. En los 80 fue condecorado por Ronald Reagan.
La
URSS hizo lo suyo reclutando a nombres como Kim Philby, que era nada
menos que jefe de contrainteligencia británica que se instaló en
Washington, donde llegó a saber los nombres de los espías
estadounidenses en la URSS. Philby llevó consigo al llamado grupo de
Cambridge que llegó a poner ministros en Londres. Acaso el espía
soviético más audaz, pero no al estilo James Bond, haya sido el
comunista alemán Richard Sorge, que era periodista, que fingió ser nazi y
que logró ser enviado a Tokio como corresponsal. Allí hizo íntima
amistad con el embajador hitleriano y con su mujer, a la que convirtió
en su amante. Llegó a tener acceso, furtivamente, a la caja
fuerte del embajador, y así se enteró de la fecha de inicio de la
operación Barbarroja, el ataque alemán a la URSS, el 22 de agosto de
1942. Stalin no le creyó, lo consideró una provocación para destruir el
pacto Ribbentrop-Molotov que necesitaba el Kremlin sostener para
revertir su debilidad militar.
En cambio, el Generalísimo dio por
bueno el informe de Sorge asegurando que Japón no iba a invadir Siberia,
lo que permitió al Ejército Rojo enviar tropas para las batallas de Stalingrado y Kursk, que definieron la Segunda Guerra. Otro as del espionaje soviético fue Iosef Grigulevich, quien con pasaporte de Costa Rica llegó a ser embajador de
ese país en Italia, el Vaticano y Belgrado, además de integrar la
delegación a la ONU, remitiendo al Kremlin informes sobre la política de la Santa Sede hacia el Este y Ucrania.
El
israelí Eli Cohen fue uno de los más exitosos espías de los tiempos
modernos. Cohen, nacido en Egipto, fue reclutado por la inteligencia
militar israelí en 1960. Se le dotó de una identidad falsa como un árabe
sirio, que volvía a Siria tras vivir en la Argentina. En 1961 viajó a
Damasco: usando el apodo de Kamel Amin Tsa’abet, Cohen ganó con éxito la
confianza de varios militares sirios y oficiales del gobierno, y envió
mensajes de inteligencia a Israel por radio e incluso en persona. Su
logro más famoso fue su viaje a las fortificaciones sirias de los Altos
del Golán y llegar a escalones muy altos del régimen. En 1965, asesores
militares soviéticos interfirieron sus comunicaciones de radio y fue
ahorcado. Cohen es honrado en el Museo Internacional del espionaje
en Washington y Sorge, que fue fusilado en Japón, tiene un recordatorio
en su tumba en Tokio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario