La revolución en el Vaticano del papa del fin del mundo, ya ha comenzado y se
perfilan cambios drásticos en esa curia romana tan criticada durante el
reino de Benedicto XVI, marcado por una serie de crisis evitables. Las señales del cambio, de la ruptura de estilo, son evidentes: nada de
limusina, nada de crucifijo de oro, nada de estola, nada de zapatos
rojos. Adiós a la ostentación y la pompa:bienvenida la austeridad, la sencillez.
Jorge Bergoglio instaló su papado con un par de gestos simples y un
nombre que convirtió su designación como Sumo Pontífice en un programa
de gobierno de la Iglesia: Francisco. Quiso expresar así humildad,
sencillez, cero aparato. Todo demasiado nuevo para juzgar tan rápido,
pero el papa argentino, cuyo nombramiento puso fin a trece siglos de
dominación europea en los papados, cautivó con sus primeros gestos a los
vaticanistas más escépticos. Pero en Argentina, más allá del Vaticano,
la actuación de Bergoglio como cardenal primado lo mostró como un hombre
conservador en términos moderados, pero muy polémicos en relación con
todos los temas, en especial con la actuación de la Iglesia argentina
durante la dictadura militar. Sin embargo, también demostró una personalidad austera, con mucho
manejo de la política y capacidad de conducción.
Tres rasgos muy valorados en este momento en el Vaticano. Ferruccio Pinotti, autor de una sobresaliente investigación sobre el lobby religioso y financiero Comunión y Liberación, Il Lobby de Dio, comentó que la llegada de Bergoglio es una “revolución de gran alcance que rompe con la política aplicada desde Juan Pablo II”. Ezio Mauro, director del diario La Repubblica, ve en el nombre del nuevo papa la personificación de la transformación global que se avecina: “El signo más inequívoco del cambio es el nombre, Francisco, un nombre que ningún papa usó jamás. El nombre es como un proyecto en sí al cual el papa no podrá sustraerse. Su primer acto consistió en pedir a quienes estaban en la Plaza San Pedro que lo bendijeran. Esto es el signo de una propuesta para un camino común”.
El camino que emprendió Francisco contrasta con el de sus antecesores. Ayer fue a rezar a la basílica Santa María la Mayor en un simple Ford, o sea, un auto menos lujoso que el ScV 001 que la Santa Sede pone a disposición de los papas. Según reveló el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, Bergoglio fue hasta la Casa del Clero donde residía, recogió sus pertenencias y “pagó la cuenta para dar el ejemplo”. Recién ayer comenzaron a filtrarse algunas informaciones sobre las razones que desembocaron en la elección de Bergoglio. El cardenal francés Jean-Pierre Ricard contó a la prensa que los cardenales que se reunieron en cónclave estaban en busca de un papa capaz de ser a la vez un pastor y un hombre lleno de espiritualidad: “Pienso que con el cardenal Bergoglio hemos encontrado ese tipo de persona. Es un hombre con mucho intelecto, pero también un hombre de gobierno”.
Estos planteos que circulan por un Vaticano casi medieval después de los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, con escándalos sexuales y de corrupción financiera, muestran la figura de este jesuita como la contracara de esa situación y la posibilidad de componerla. Si a la gran mayoría de los observadores el nombramiento de Bergoglio les resultó una sorpresa, algunos conocedores de las entrañas vaticanas argumentan que la llegada de Bergoglio responde a una estrategia que se estuvo elaborando desde bastante tiempo. Ezio Mauro, el director de La Repubblica, comentó al respecto que “la Iglesia estaba preparando desde hacía algún tiempo el ascenso de Bergoglio. Recordemos que en el cónclave pasado le disputó la silla de Pedro a Benedicto XVI. Ante el coraje impotente de Benedicto, esta elección fue una decisión de romper con el pasado, un cambio en la geopolítica de la fe.
Bergoglio es el resultado de la necesidad de dar vuelta la página respecto del poder de la curia hecho de múltiples escándalos. Este papa romperá con la potestad del poder y del dinero. Recordemos en este sentido todos los escándalos en los que apareció vinculado el Banco del Vaticano, el IOR”. Ferruccio de Bortoli, el director del influyente Corriere della Sera, no está lejos de pensar lo mismo: “Se abre un escenario completamente nuevo. Es una derrota de la curia, que ahora estará obligada a renovarse”.
Es difícil compaginar esta actitud hacia dentro de la Iglesia con la proyección de este nuevo papa hacia el mundo y sobre todo hacia América latina. Sus antecedentes lo muestran en tensión muy fuerte con los gobiernos progresistas de la región y sobresale en los últimos tiempos como la región donde más han mejorado los índices sociales. Y la Iglesia, incluyendo a Bergoglio en Argentina, no acompañó esos procesos al priorizar por sobre las políticas sociales sus diferencias en los temas de género y de igualdad sexual.
El cardenal francés, Jean-Pierre Ricard, reveló también durante las reuniones preparatorias de cara al cónclave, que Bergoglio les dijo a los demás prelados que la Iglesia no podría encarnar realmente a Cristo si se consagraba únicamente a sus problemas “internos”. Su misión consiste ahora en dirigirse a los hombres y mujeres que se alejaron de ella. Los vaticanistas de la prensa italiana alegan también que el escándalo a que dio lugar la publicación de los documentos secretos del papa Benedicto XVI, los Vatileaks, tuvo una influencia decisiva en la elección de Bergoglio y la derrota del sector italiano, o sea, del monseñor Angelo Scola. La espantosa radiografía que surgió de allí con el retrato de prelados corruptos, empeñados en pugnas de poder, sumergidos en oscuras cuestiones financieras o supuestos chantajes sexuales arrojaron una sombra sobre el ala italiana de la curia.
“Francisco continuará con la solidez doctrinal de Ratzinger, pero dará signos fuertes de apertura y de cambio”, asegura Ezio Mauro. Los signos inaugurales de esa doctrina fueron expuestos en la Capilla Sixtina durante la primera misa del pontificado celebrada ante los cardenales que lo eligieron. Bergoglio dijo a los cardenales que fuesen “irreprochables” al tiempo que interpeló a la Iglesia para que no olvide ni sus “raíces” ni a “Jesucristo”, de lo contrario podrá ser “una ONG piadosa, pero no la Iglesia”. Francisco pareció decir que la Iglesia se había olvidado de su propio sendero y que ello explicaba en parte la crisis actual.
Algunas acciones ya están en las imágenes: su encontronazo con el servicio de seguridad del Vaticano, su insistencia en no exponerse con ropas de oro y detalles ostentosos, y un hecho mayor destacado por el padre rebelde y escritor Paolo Farinella. Francisco pronunció la palabra “pueblo” en su primera declaración en la Plaza San Pedro. Farinella dice: “Después de 35 años, por primera vez, se oyó en San Pedro, en la boca de un Papa, la palabra ‘pueblo’ que había sido borrada de los documentos oficiales de Juan Pablo II y Benedicto XVI”. Electo papa con la meta de terminar con los legados de sus predecesores y la cultura con la cual Juan Pablo II impregnó a la Iglesia, Francisco no puede volver a encarnar al “papa político” e imitar a Juan Pablo II en su cruzada contra el comunismo.
Sus confrontaciones en la Argentina contrastan con la imagen de humildad y sabiduría que emana en los medios de Occidente. Que Bergoglio haya puesto en tela de juicio y con términos muy violentos la sanción de la ley sobre el matrimonio igualitario no es un hecho excepcional: es la línea de la Iglesia en todos los países del mundo. Hace unas semanas, Francia aprobó una ley semejante y sus principales adversarios fueron los obispos y cardenales que organizaron la oposición desde las sombras. El problema sería que use su enorme poder simbólico como lo empleó Juan Pablo II para ir en contra de los procesos de cambio que se dan en varios países de América latina. Allí, Bergoglio se saldría de la senda del pastor para volver al camino del guerrero político. “Que Dios los perdone”, dijo Bergoglio a los cardenales cuando cenaba por primera vez con ellos después de su elección.
Los imperdonables están mencionados en los dos volúmenes copiosos del expediente sobre Vatileaks que lo esperan en su mesa de trabajo. Esa será su gran prueba de fuego. En Roma dicen que Bergoglio es un punto de ruptura en la Iglesia porque corta el ciclo de la Iglesia eurocéntrica y abre el cielo y la tierra a la Iglesia Universal, a la Iglesia periférica que sigue siendo más fiel al cristianismo que las que están en las sociedades opulentas de Occidente.
Fuentes: Elisabetta Piqué, La Nación; Eduardo Febbro, Página 12, Ciudad del Vaticano
Tres rasgos muy valorados en este momento en el Vaticano. Ferruccio Pinotti, autor de una sobresaliente investigación sobre el lobby religioso y financiero Comunión y Liberación, Il Lobby de Dio, comentó que la llegada de Bergoglio es una “revolución de gran alcance que rompe con la política aplicada desde Juan Pablo II”. Ezio Mauro, director del diario La Repubblica, ve en el nombre del nuevo papa la personificación de la transformación global que se avecina: “El signo más inequívoco del cambio es el nombre, Francisco, un nombre que ningún papa usó jamás. El nombre es como un proyecto en sí al cual el papa no podrá sustraerse. Su primer acto consistió en pedir a quienes estaban en la Plaza San Pedro que lo bendijeran. Esto es el signo de una propuesta para un camino común”.
El camino que emprendió Francisco contrasta con el de sus antecesores. Ayer fue a rezar a la basílica Santa María la Mayor en un simple Ford, o sea, un auto menos lujoso que el ScV 001 que la Santa Sede pone a disposición de los papas. Según reveló el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, Bergoglio fue hasta la Casa del Clero donde residía, recogió sus pertenencias y “pagó la cuenta para dar el ejemplo”. Recién ayer comenzaron a filtrarse algunas informaciones sobre las razones que desembocaron en la elección de Bergoglio. El cardenal francés Jean-Pierre Ricard contó a la prensa que los cardenales que se reunieron en cónclave estaban en busca de un papa capaz de ser a la vez un pastor y un hombre lleno de espiritualidad: “Pienso que con el cardenal Bergoglio hemos encontrado ese tipo de persona. Es un hombre con mucho intelecto, pero también un hombre de gobierno”.
Estos planteos que circulan por un Vaticano casi medieval después de los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, con escándalos sexuales y de corrupción financiera, muestran la figura de este jesuita como la contracara de esa situación y la posibilidad de componerla. Si a la gran mayoría de los observadores el nombramiento de Bergoglio les resultó una sorpresa, algunos conocedores de las entrañas vaticanas argumentan que la llegada de Bergoglio responde a una estrategia que se estuvo elaborando desde bastante tiempo. Ezio Mauro, el director de La Repubblica, comentó al respecto que “la Iglesia estaba preparando desde hacía algún tiempo el ascenso de Bergoglio. Recordemos que en el cónclave pasado le disputó la silla de Pedro a Benedicto XVI. Ante el coraje impotente de Benedicto, esta elección fue una decisión de romper con el pasado, un cambio en la geopolítica de la fe.
Bergoglio es el resultado de la necesidad de dar vuelta la página respecto del poder de la curia hecho de múltiples escándalos. Este papa romperá con la potestad del poder y del dinero. Recordemos en este sentido todos los escándalos en los que apareció vinculado el Banco del Vaticano, el IOR”. Ferruccio de Bortoli, el director del influyente Corriere della Sera, no está lejos de pensar lo mismo: “Se abre un escenario completamente nuevo. Es una derrota de la curia, que ahora estará obligada a renovarse”.
Es difícil compaginar esta actitud hacia dentro de la Iglesia con la proyección de este nuevo papa hacia el mundo y sobre todo hacia América latina. Sus antecedentes lo muestran en tensión muy fuerte con los gobiernos progresistas de la región y sobresale en los últimos tiempos como la región donde más han mejorado los índices sociales. Y la Iglesia, incluyendo a Bergoglio en Argentina, no acompañó esos procesos al priorizar por sobre las políticas sociales sus diferencias en los temas de género y de igualdad sexual.
El cardenal francés, Jean-Pierre Ricard, reveló también durante las reuniones preparatorias de cara al cónclave, que Bergoglio les dijo a los demás prelados que la Iglesia no podría encarnar realmente a Cristo si se consagraba únicamente a sus problemas “internos”. Su misión consiste ahora en dirigirse a los hombres y mujeres que se alejaron de ella. Los vaticanistas de la prensa italiana alegan también que el escándalo a que dio lugar la publicación de los documentos secretos del papa Benedicto XVI, los Vatileaks, tuvo una influencia decisiva en la elección de Bergoglio y la derrota del sector italiano, o sea, del monseñor Angelo Scola. La espantosa radiografía que surgió de allí con el retrato de prelados corruptos, empeñados en pugnas de poder, sumergidos en oscuras cuestiones financieras o supuestos chantajes sexuales arrojaron una sombra sobre el ala italiana de la curia.
“Francisco continuará con la solidez doctrinal de Ratzinger, pero dará signos fuertes de apertura y de cambio”, asegura Ezio Mauro. Los signos inaugurales de esa doctrina fueron expuestos en la Capilla Sixtina durante la primera misa del pontificado celebrada ante los cardenales que lo eligieron. Bergoglio dijo a los cardenales que fuesen “irreprochables” al tiempo que interpeló a la Iglesia para que no olvide ni sus “raíces” ni a “Jesucristo”, de lo contrario podrá ser “una ONG piadosa, pero no la Iglesia”. Francisco pareció decir que la Iglesia se había olvidado de su propio sendero y que ello explicaba en parte la crisis actual.
Algunas acciones ya están en las imágenes: su encontronazo con el servicio de seguridad del Vaticano, su insistencia en no exponerse con ropas de oro y detalles ostentosos, y un hecho mayor destacado por el padre rebelde y escritor Paolo Farinella. Francisco pronunció la palabra “pueblo” en su primera declaración en la Plaza San Pedro. Farinella dice: “Después de 35 años, por primera vez, se oyó en San Pedro, en la boca de un Papa, la palabra ‘pueblo’ que había sido borrada de los documentos oficiales de Juan Pablo II y Benedicto XVI”. Electo papa con la meta de terminar con los legados de sus predecesores y la cultura con la cual Juan Pablo II impregnó a la Iglesia, Francisco no puede volver a encarnar al “papa político” e imitar a Juan Pablo II en su cruzada contra el comunismo.
Sus confrontaciones en la Argentina contrastan con la imagen de humildad y sabiduría que emana en los medios de Occidente. Que Bergoglio haya puesto en tela de juicio y con términos muy violentos la sanción de la ley sobre el matrimonio igualitario no es un hecho excepcional: es la línea de la Iglesia en todos los países del mundo. Hace unas semanas, Francia aprobó una ley semejante y sus principales adversarios fueron los obispos y cardenales que organizaron la oposición desde las sombras. El problema sería que use su enorme poder simbólico como lo empleó Juan Pablo II para ir en contra de los procesos de cambio que se dan en varios países de América latina. Allí, Bergoglio se saldría de la senda del pastor para volver al camino del guerrero político. “Que Dios los perdone”, dijo Bergoglio a los cardenales cuando cenaba por primera vez con ellos después de su elección.
Los imperdonables están mencionados en los dos volúmenes copiosos del expediente sobre Vatileaks que lo esperan en su mesa de trabajo. Esa será su gran prueba de fuego. En Roma dicen que Bergoglio es un punto de ruptura en la Iglesia porque corta el ciclo de la Iglesia eurocéntrica y abre el cielo y la tierra a la Iglesia Universal, a la Iglesia periférica que sigue siendo más fiel al cristianismo que las que están en las sociedades opulentas de Occidente.
Fuentes: Elisabetta Piqué, La Nación; Eduardo Febbro, Página 12, Ciudad del Vaticano
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