viernes, 28 de enero de 2011

Susurros al dictador

Revuelta popular en Túnez
José Ignacio Torreblanca

Un dictador es generalmente desconfiado, suele estar permanentemente malhumorado y, para colmo, sus tendencias violentas están más que constatadas. Por eso hay muchos que son partidarios de hablarles siempre en privado y con susurros, nunca en público y menos a gritos. Pero las cosas están cambiando: por primera vez en mucho tiempo, desde Túnez a Egipto, la gente ha comenzado a gritarles, con resultados más esperanzadores de lo que a primera vista se pudiera esperar. Ben Ali huyó espantado y Mubarak tiene que pensar bien si después de 30 años en el poder, le merece la pena elevar la represión, ahogar más aún a la sociedad egipcia en la pobreza y la frustración.


"Los vientos de Túnez están llegando a Egipto", decía un manifestante y no solo a Egipto. Los gritos de tunecinos y egipcios han puesto en evidencia la necesidad de cambios. La acción diplomática contribuye a silenciar y ocultar los abusos, terminan siendo contraproducentes ya que deslegitiman a la oposición y a los activistas de derechos humanos en esos países. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea trastabillaron en Túnez, ahora Washington parece querer recuperarlo. Clinton sorprendió al señalar que la gente en el mundo árabe "está harta de instituciones corruptas y regímenes políticos estancados". Y ha indicado a Mubarak que el camino de las reformas políticas, económicas y sociales es menos costoso que el de la represión. No lo ha dicho a gritos, pero se trata de algo más que un susurro.

Y tiene relevancia precisamente porque viene de un Washington con las manos manchadas con los 1.300 millones de dólares anuales en ayuda militar que hace 30 años viene prestando a Egipto y que no podría contemplar con más pavor la posibilidad de que el famoso discurso de Obama en El Cairo tendiendo una mano al mundo árabe y musulmán acabara con un régimen de corte iraní emparedando desde Egipto a su sacrosanto aliado israelí. De la UE, no hay noticias. Su parálisis es difícil de justificar, pero fácil de entender. Antes de Túnez, el primer premio era para la diplomacia europea que consiguiera que en la región no pasara nada. De ahí los abrazos y sonrisas con autócratas de la región, los discursos alabando la estabilidad de los regímenes, las concesiones económicas a cambio de nada y los silencios ante los fraudes electorales.

Lo interesante del nuevo escenario es que la estructura de incentivos bajo la cual operan las diplomacias europeas se ha invertido. Ahora, están atrapadas en una tierra de nadie. Por un lado, cada día que pasa el inmovilismo es más costoso y evidencia que no hacer nada ya no es una opción. Por otro, Egipto es demasiado grande y sensible: equivocarse y que las cosas salgan mal allí tampoco es una opción. Ahora, los gritos tienen la palabra.

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