Revuelta popular en Túnez |
José Ignacio Torreblanca
Un dictador es generalmente desconfiado, suele estar permanentemente malhumorado y, para colmo, sus tendencias violentas están más que constatadas. Por eso hay muchos que son partidarios de hablarles siempre en privado y con susurros, nunca en público y menos a gritos. Pero las cosas están cambiando: por primera vez en mucho tiempo, desde Túnez a Egipto, la gente ha comenzado a gritarles, con resultados más esperanzadores de lo que a primera vista se pudiera esperar. Ben Ali huyó espantado y Mubarak tiene que pensar bien si después de 30 años en el poder, le merece la pena elevar la represión, ahogar más aún a la sociedad egipcia en la pobreza y la frustración.
Un dictador es generalmente desconfiado, suele estar permanentemente malhumorado y, para colmo, sus tendencias violentas están más que constatadas. Por eso hay muchos que son partidarios de hablarles siempre en privado y con susurros, nunca en público y menos a gritos. Pero las cosas están cambiando: por primera vez en mucho tiempo, desde Túnez a Egipto, la gente ha comenzado a gritarles, con resultados más esperanzadores de lo que a primera vista se pudiera esperar. Ben Ali huyó espantado y Mubarak tiene que pensar bien si después de 30 años en el poder, le merece la pena elevar la represión, ahogar más aún a la sociedad egipcia en la pobreza y la frustración.
"Los vientos de Túnez están llegando a Egipto", decía un manifestante y no solo a Egipto. Los gritos de tunecinos y egipcios han puesto en evidencia la necesidad de cambios. La acción diplomática contribuye a silenciar y ocultar los abusos, terminan siendo contraproducentes ya que deslegitiman a la oposición y a los activistas de derechos humanos en esos países. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea trastabillaron en Túnez, ahora Washington parece querer recuperarlo. Clinton sorprendió al señalar que la gente en el mundo árabe "está harta de instituciones corruptas y regímenes políticos estancados". Y ha indicado a Mubarak que el camino de las reformas políticas, económicas y sociales es menos costoso que el de la represión. No lo ha dicho a gritos, pero se trata de algo más que un susurro.
Lo interesante del nuevo escenario es que la estructura de incentivos bajo la cual operan las diplomacias europeas se ha invertido. Ahora, están atrapadas en una tierra de nadie. Por un lado, cada día que pasa el inmovilismo es más costoso y evidencia que no hacer nada ya no es una opción. Por otro, Egipto es demasiado grande y sensible: equivocarse y que las cosas salgan mal allí tampoco es una opción. Ahora, los gritos tienen la palabra.
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