Los agentes de policía de la localidad tunecina de Sidi Bouzid no habrían confiscado el puesto de verduras del joven, Mohamed Bouazizi si hubiesen intuido las consecuencias. Lo hicieron, y ese gesto desató una grave reacción en cadena que comenzó en diciembre con Bouazizi prendiéndose fuego públicamente y terminó, tras las protestas, con la huida del país de su presidente durante los últimos 23 años, Zine Abidine Ben Ali. El joven de 26 años, que se inmoló en un gesto desesperado, tenía un diploma en Informática y no tenía trabajo, su puesto ambulante era la única fuente de ingresos para ayudar a subsistir a su familia. La rabia, la ira y la frustración de verlo desaparecer ante sus ojos le empujó a un martirio público con un resultado sin precedentes en Túnez. La historia de Bouazizi, atormentado por la imposibilidad de encontrar un trabajo mientras el precio de los alimentos continúa al alza, no es un hecho aislado. El 40% de la población de los países árabes, es decir, más de 140 millones de personas, está por debajo del índice de la pobreza. Y el dato no ha mejorado en los últimos 20 años. Bouazizi falleció el 5 de enero. No consiguió recuperarse de las quemaduras. El informático sin trabajo se convirtió en símbolo entre los tunecinos, que comenzaron a manifestarse por trabajo, justicia y libertad.
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