Como medio mundo sabe España es uno de los destinos turísticos
preferidos, y aunque estemos en invierno el paisaje de terrazas con
sangría, chorizo, procesiones, chorizo, sol, chorizo, gente simpática, chorizo, y alegría contagiosa al
ritmo de palmitas se mantiene inalterable.
Y aunque las temperaturas son, según los termómetros, bajas en esta
época del año, el ambiente está caldeado, tal vez para que los
chorizos se conserven de manera ideal. El turista notará de inmediato que España es el primer productor mundial
de chorizos, y que en este rubro productivo se omite la participación
del cerdo, nobles animales que no merecen ninguna comparación con la
materia prima de la que están hechas los chorizos españoles.
Notoria es la variedad Chorizo Royal con denominación de
origen en la Casa Real y cuyo gran exponente es el yerno del rey, Iñaqui
Undargarín, un sujeto sin profesión conocida, salvo la de chorizo, que
al amparo de la monarquía creó
junto a su abnegada esposa e Infanta de España, una organización
filantrópica sin fines de lucro, recibió varios millones de euros del
erario público y, por esas cosas de la vida totalmente ajenas a su
voluntad, aparecieron desviados a cuentas en bancos suizos y empresas
inexistentes que, de pura casualidad, aparecían a nombre suyo y de la
Infanta.
Estas casualidades ofuscaron bastante a los habitantes del simpático y
acogedor país que ostenta los títulos de campeones mundiales de fútbol,
campeones de Europa del mismo deporte, y campeones olímpicos en
recortes sociales, en recortes de educación, de salud, de investigación
científica y paraíso del despido libre y gratuito.
Casi seis millones de españoles en paro pueden hoy dedicar su tiempo a
la contemplación de las bellezas naturales, y 52 de cada cien jóvenes
menores de 30 años disponen de todo el tiempo libres imaginable gracias a
la política laboral de un gobierno que, dotado de una mayoría absoluta,
aumenta cada día la monstruosa cifra de personas que descienden monte
abajo, desde la clase media a la pobreza y de ahí a la miseria.
Hace unos pocos días, un periódico español publicó una noticia
inquietante: desde hace años los dirigentes del Partido Popular,
heredero directo del franquismo y hoy en el gobierno, cobraban extras en dinero negro, y que eran repartidos generosamente por un
hombre de honor a toda prueba, un genuino caballero español llamado Luis
Bárcenas, ex tesorero del Partido Popular, ex senador, e imputado por
una posible financiación ilegal del partido.
Unos días más tarde, otro periódico publicó varias hojas de un
cuaderno de contable, en las que aparecen meridianamente detallados los
pagos extra a los honorables dirigentes, entre los que hay ex ministros,
ex secretarios generales, y el actual presidente del gobierno, don Mariano Rajoy. Con estas noticias nació otra variedad de chorizo; el Chorizo de Mierda.
Don Mariano Rajoy, perdedor de dos elecciones, para ganar votos
propuso que los extranjeros que viven en España suscribieran un contrato
por el que se comprometían a respetar y seguir las costumbres
españolas, pero sin indicar cuáles. No estaba claro si los marroquíes,
ecuatorianos, japoneses, alemanes o británicos residentes en España
debían, merced a ese contrato, sumarse con algarabía a la rancia
costumbre de matar a puñaladas un toro en Tordesillas, o a lanzar cabras
vivas desde algún campanario antes de entregarse con frenesí a la danza
del pasodoble “suspiros de España”.
Lo que sí quedó claro, es que don Mariano Rajoy es un seguidor fiel
de algunas tradiciones taurinas, sobre todo le entusiasma la figura de
Don Tancredo, un sujeto que, en alguna corrida, descubrió que
permaneciendo quieto, muy quieto, en silencio, muy en silencio, ningún
toro se fijaría en él y no sufriría el menor contratiempo. La figura de Don Tancredo se convirtió en el estilo de gobierno de
Rajoy, y para no arriesgarse a un percance en sus escasas intervenciones
en el parlamento, o ante la prensa, decidió que el eufemismo era, o
debía ser, una de las costumbres más caras de España.
El turista que visite este encantador país tendrá que comprar un
diccionario de la Nueva Lengua Española, pues sólo así podrá entender
que el acto de entregar 100.000 millones de euros a la banca privada,
con cargo a los presupuestos del Estado, y que se paga reduciendo a
mínimos los gastos en salud, educación, servicios sociales y todo
aquello que es propio de un país civilizado, se llama “recapitalización
del sistema financiero”.
Al despido casi gratuito y sustentado en la perspectiva de reducción de
beneficios se le llama “reforma laboral o flexibilidad del trabajo”. A
la privatización de los hospitales públicos se le llama
“externalización” y se llama “reforma de la educación” al regreso de
los crucifijos a las aulas, al remplazo de la asignatura de educación
para la ciudadanía por clases de religión católica.
El turista que visite este simpático país, encontrará que todos los
días, a todas horas, multitudes de españoles y españolas llenan las
calles portando tijeras de cartón, letreros que dice “no hay pan para
tanto chorizo”, lo que evidencia que este es el país de la fiesta y la
alegría infinita ofrecido en los catálogos de turismo.
Y encontrará costumbres extrañas, por ejemplo, entre los miles que
hurgan en los contenedores de basura buscando algo que echarse a la
boca, verá algunos —pocos por ahora, pero en aumento— que se aplastan
ellos mismos los dedos con las tapas de los contenedores al tiempo que
declaman: yo fui uno de los gilipollas que dio mayoría absoluta a estos
chorizos de mierda.
Para facilitar la comprensión del turista me permito indicar que, en
ningún caso, el gobierno quiso restar legitimidad y competitividad al
Chorizo de Mierda. Las
aseveraciones de doña María Dolores de Cospedal, secretaria general del
Partido Popular y presidenta de Castilla-La Mancha, con sus repetidos
“No me consta” cuando alguien le hablaba de la irrupción pública del
Chorizo de Mierda, lema que fue repetido como un mantra por toda la
cúpula del Partido Popular, deben ser tomadas como una simpática frase
folclórica.
Sabido es que la señora Cospedal adora vestirse de lagarterana cuando
asiste a las procesiones, y suele decir “No me consta” con la misma
naturalidad con que dice ¡vivaspaña!, ¡ole la madre que me parió! o
¡guapa! al paso de un monigote de escayola con aspecto de mujer
sufriente.
Tampoco el turista debe sentirse confundido al leer que don Mariano
Rajoy, en Alemania, al ser consultado por la lista de chorizos de mierda
que aparecen en el libro de contabilidad “b” de Luis Bárcenas, dijera:
“Nada es cierto, salvo alguna cosa”, que obedece más bien a su afán de decir algo, sino trascendente al
menos de cierto interés, alguna vez en su vida.
Y la frase ha tenido éxito. Tanto, que hasta la Conferencia Episcopal
empieza a preocuparse ante el surgimiento de evangelios apócrifos, que
el la parte donde dios le dice a Caín: “me han dicho que primero mataste
a un pobre burro, y que empleaste una de sus quijadas para matar a tu
hermano Abel”, el pérfido Caín responde: nada es cierto, salvo alguna
cosa.
Hoy, cientos de miles de estudiantes salieron a las calles en una
huelga masiva que paralizó el 92 % de la actividad escolar, pidiendo la
derogación de la nueva ley de educación, y la dimisión del ministro del
ramo. Según el gobierno, solamente el 12% del alumnado secundó la
huelga. La respuesta de los estudiantes es: nada es cierto, salvo alguna
cosa.
Turistas del mundo, bienvenidos a España, el país del chorizo, el
país de los indultos garantizados a los defraudadores y a los policías
que torturan hasta frente a las cámaras de seguridad de las comisarías,
el país del no me consta, al país cabreado, tan cabreado, que está a
punto de arder y no habrá bomberos que apaguen el fuego de la más justa
de las iras.
*Le Monde Diplomatique, edición chilena
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