Medio siglo después, los mineros españoles están protagonizando, como ocurría en las minas de carbón asturianas en días de Franco (1962), un gran conflictividad y enfrentamientos policiales, encierros en minas, una marcha de protesta en Aragón, acampadas en Oviedo y una
gran crispación que amenaza con una espiral creciente de
tensión. Entonces, en 1962, los mineros lograron doblegar a Franco,
aunque luego las represalias fueron duras. Actualmente, han sido
convocadas huelgas en las comarcas carboneras.
Pero la lucha de estos días en el sector, no obedece a mejoras
laborales, como en las huelgas anteriores. Ahora
se libra una batalla
por la supervivencia del sector que precisa ayuda estatal para sobrevivir y el ajuste fiscal en España ha establecido un recorte del 63% de las ayudas destinadas a la minería, sin las cuales las comarcas mineras y sus trabajadores no podrán sostenerse.
Las barricadas en carreteras y vías férreas, el bloqueo con neumáticos ardiendo y el
cruce de camiones, cortando el tráfico en varias
carreteras han generado un
grave enfrentamiento
de los mineros con el Gobierno. La mítica memoria histórica de los mineros de la condición de “vanguardia” del movimiento obrero desde
fines del XIX y su probada capacidad de organización y de resistencia,
son factores que contribuyen al temor de que haya una mayor escalada de
tensión.
Empresarios y trabajadores del sector y políticos locales de todos los partidos, unidos en la defensa del
carbón, defienden el sostenimiento de una “reserva estratégica” de
producción autóctona como garantía de suministro y como margen de
“soberanía” energética nacional. Y argumentan que, como consecuencia de
sus sucesivos planes de ajuste, el conjunto de las minas cada vez
consumen menos recursos públicos.
Si los hombres y mujeres españoles, preocupados por la incertidumbre económica, los recortes, el paro y la sombra negra a la griega que se ciñe en estos días sobre ellos, supieran que los mineros del carbón están mostrando el camino de salida, no permanecerían en el inmovilismo con el que atónitos observan la pérdida del ansiado estado de bienestar.
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