Algó pasó en Plaza de Mayo, es un hecho que no puede ignorarse. Ella devuelve el gesto poniendo la palma de su mano en su costado izquierdo sobre el pecho. Mira la gente detrás de vidrios oscuros, decir, responder, persignarse y reclamar. Las ve caminar por un pasillo estrecho, donde siempre repiten de manera diferente una misma palabra: Fuerza.
La mujer está vestida de negro, acaricia el ataúd y deja ver unas uñas largas, pintadas color crema. Pareciera que mira el horizonte, pero comienza a escuchar lo que la gente pronuncia. La multitud que ingresa ya no es compacta. Son rostros, bocas, gargantas. Le dicen cosas que la sorprenden.
Los jóvenes y los visitantes le hablan, le cantan, la convocan, la llaman por su nombre, hace ya un buen tiempo que le compusieron el rostro y esa mujer de luto con movimientos tenues comienza a ser parte del ritual y de la multitud, cada persona del contingente humano tiene algo para dar. Nada se parece más a la muerte como algo que nace.
Un periódico comenta preocupado que no hubo discursos de despedida ni propios ni ajenos, solo el diálogo excluyente entre ella y la muchedumbre que ingresaba al salón y entregaba lágrimas, rosarios, cartas, camisetas y gritos que chocaban contra todo protocolo funerario.
Lo que pasó allí y en otros lugares de Argentina, espero que no sea solo una melodía dramática. Que sea una canción que se transforma, como en “New Orleans Function”, que empieza con la Marcha Fúnebre y va cambiando imperceptiblemente y al final, termina arriba, alegre, tan alegre.
La mujer está vestida de negro, acaricia el ataúd y deja ver unas uñas largas, pintadas color crema. Pareciera que mira el horizonte, pero comienza a escuchar lo que la gente pronuncia. La multitud que ingresa ya no es compacta. Son rostros, bocas, gargantas. Le dicen cosas que la sorprenden.
Los jóvenes y los visitantes le hablan, le cantan, la convocan, la llaman por su nombre, hace ya un buen tiempo que le compusieron el rostro y esa mujer de luto con movimientos tenues comienza a ser parte del ritual y de la multitud, cada persona del contingente humano tiene algo para dar. Nada se parece más a la muerte como algo que nace.
Un periódico comenta preocupado que no hubo discursos de despedida ni propios ni ajenos, solo el diálogo excluyente entre ella y la muchedumbre que ingresaba al salón y entregaba lágrimas, rosarios, cartas, camisetas y gritos que chocaban contra todo protocolo funerario.
Lo que pasó allí y en otros lugares de Argentina, espero que no sea solo una melodía dramática. Que sea una canción que se transforma, como en “New Orleans Function”, que empieza con la Marcha Fúnebre y va cambiando imperceptiblemente y al final, termina arriba, alegre, tan alegre.
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