La violación y asesinato de las turistas francesas Houria Moumni y Cassandre Bouvier en un paraje de Salta (Argentina), conmociona e indigna. No sabemos por qué las mataron. Pero sí podemos pensar qué es lo que esos crímenes dicen. No es cierto que todas las muertes silencian: las muertas de Ciudad Juárez, las de Guatemala, las violaciones de mujeres secuestradas en la dictadura argentina, como los asesinatos de las francesas transmiten un mensaje, nos dicen cosas, gritan amenazas. Es un mensaje disciplinador, que a través de la violación, la tortura y muerte le habla a todas las mujeres.
Mujeres que circulan libres en un espacio abierto es leído por el poder machista como mujeres disponibles y apropiables en un lugar peligroso. La infracción al mandato tiene un castigo, que es mostrado como prototipo de lo que sucederá a aquellas que infrinjan la norma patriarcal. Mujeres que circulan libres en un espacio abierto es leído por la estructura de poder de género como mujeres disponibles y apropiables en un lugar peligroso
Esa libertad de circulación que Houria y Cassandre ejercieron, las hizo encontrarse fatalmente con sus verdugos, que se convirtieron en los portavoces de una estructura de poder. Es que el femicidio, que de eso se trata, aparece como un síntoma frente a un desajuste. Hay un orden que ha comenzado a resquebrajarse, y esas inconsistencias del orden patriarcal producen malestar en ciertos sectores retrógrados.
Esas fisuras del orden conservador se vuelven evidentes en la visibilidad del ejercicio del poder por parte de las mujeres. Mujeres que ejercen el poder en espacios públicos, que se apropian de la libertad de circulación, de la libertad de expresión, del derecho a ser elegidas presidentas y legisladoras, rompe con el mandato que reserva a las mujeres el ámbito de lo privado y a los hombres al espacio de lo público. Las relaciones se han articulado durante siglos sobre esa división de hierro. La consecuencias de la ruptura con ese orden deja expuesto su lado perverso, a través del cual resurge el derecho de apropiación del cuerpo femenino cuando se lo percibe en condiciones de desprotección. No basta con un juicio justo y un castigo ejemplar y evitar la impunidad que sella el mandato a través del silencio y del misterio, perpetuando el mensaje y la amenaza. Pero la justicia no es suficiente para rechazar estructuras de dominación que pretenden disciplinar a la mitad de la población.
Hay que contrariar el mandato, y para ello necesitamos desoírlo: que haya más mujeres que ejerzan poder en ámbitos públicos. Justicia y presencia. No oír el mandato disciplinador, luchar contra la amenaza no dicha de una sociedad que carga con una cultura patriarcal que se ensañó con los cuerpos y las vidas de Houria y Cassandre. Desoír el mandato, rebelarnos ante el disciplinamiento es el mejor homenaje a sus vidas y a sus trayectorias.
Mujeres que circulan libres en un espacio abierto es leído por el poder machista como mujeres disponibles y apropiables en un lugar peligroso. La infracción al mandato tiene un castigo, que es mostrado como prototipo de lo que sucederá a aquellas que infrinjan la norma patriarcal. Mujeres que circulan libres en un espacio abierto es leído por la estructura de poder de género como mujeres disponibles y apropiables en un lugar peligroso
Esa libertad de circulación que Houria y Cassandre ejercieron, las hizo encontrarse fatalmente con sus verdugos, que se convirtieron en los portavoces de una estructura de poder. Es que el femicidio, que de eso se trata, aparece como un síntoma frente a un desajuste. Hay un orden que ha comenzado a resquebrajarse, y esas inconsistencias del orden patriarcal producen malestar en ciertos sectores retrógrados.
Esas fisuras del orden conservador se vuelven evidentes en la visibilidad del ejercicio del poder por parte de las mujeres. Mujeres que ejercen el poder en espacios públicos, que se apropian de la libertad de circulación, de la libertad de expresión, del derecho a ser elegidas presidentas y legisladoras, rompe con el mandato que reserva a las mujeres el ámbito de lo privado y a los hombres al espacio de lo público. Las relaciones se han articulado durante siglos sobre esa división de hierro. La consecuencias de la ruptura con ese orden deja expuesto su lado perverso, a través del cual resurge el derecho de apropiación del cuerpo femenino cuando se lo percibe en condiciones de desprotección. No basta con un juicio justo y un castigo ejemplar y evitar la impunidad que sella el mandato a través del silencio y del misterio, perpetuando el mensaje y la amenaza. Pero la justicia no es suficiente para rechazar estructuras de dominación que pretenden disciplinar a la mitad de la población.
Hay que contrariar el mandato, y para ello necesitamos desoírlo: que haya más mujeres que ejerzan poder en ámbitos públicos. Justicia y presencia. No oír el mandato disciplinador, luchar contra la amenaza no dicha de una sociedad que carga con una cultura patriarcal que se ensañó con los cuerpos y las vidas de Houria y Cassandre. Desoír el mandato, rebelarnos ante el disciplinamiento es el mejor homenaje a sus vidas y a sus trayectorias.
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