Deberíamos preguntarnos continuamente que hacen todos esos pibes en la calle. Deberíamos, porque de tan reiteradas, sus historias convierten la respuesta en una obviedad. Y la respuesta no debería ser obvia. Debería ser cuanto menos inquietante, menos diaria, cuanto menos movilizadora.
Todos esos pibes en la calle, buscan. Entre los desperdicios que los pudientes tienen capacidad de desperdiciar, buscan. Entre las tripas metálicas de la maquinaria social que los mastica, buscan. Entre la basura y el desamparo, buscan. Rodeados de puertas cerradas, las puertas cerradas del futuro digno, las puertas cerradas del te quiero pibe, las puertas cerradas del te doy la mano, las puertas cerradas del tomá un cachito, las puertas cerradas del vení conmigo. Rodeados de puertas cerradas buscan las llaves que las abra. Hasta esa delicadeza tienen, la delicadeza de buscar una llave que las abra cuando dan ganas de abrirlas a las patadas. Si, deberíamos preguntarnos continuamente que hacen esos pibes en la calle y la respuesta no debería ser obvia, debería ser cuanto menos inquietante, cuanto menos movilizadora, o cuanto menos una llave. Buscan, claro, porque se supone que el que busca, debería encontrar.