
Demasiado tiempo han pasado las mujeres árabes poniéndose en el lugar que se les pedía o sea, atrás. Algo contradictorio (o no tanto), teniendo en cuenta que por su papel como sostén de la unidad familiar son las que mejor conocen los problemas que aquejan a su sociedad. Son las primeras en percibir el aumento de los productos básicos; hacen malabares para llevar la economía casera y cada vez en mayor número, se incorporan al mercado laboral. Aunque, lo hagan en inferioridad de condiciones económicas, en eso no difieren de sus hermanas de Occidente. Por eso, es fácil entender por qué las calles de Túnez y de Egipto, protagonistas de la actualidad internacional estas últimas semanas, se han llenado de féminas revolucionarias.

En aquellos días todas parecían estar de acuerdo en que no era momento de luchas individuales. Ni por cuestiones de género. Ellas permanecieron en las calles junto a sus compañeros hombres desde el primer minuto. Ni un paso atrás. Las ancianas proveían de agua y bebidas a los que sufrían los efectos del gas lacrimógeno, madres, madres, esposas y hermanas sujetaban las pancartas, llevaban a sus hijos a las manifestaciones o preparaban los víveres. Codo con codo conquistaron juntos la plaza de la Liberación y allí durmieron, gritaron, con los hijos a hombros y sus demandas de democracia y libertad. Para muchas de ellas esta era su primera conquista. Sin embargo la Historia no deja de recordarles su papel en estas sociedades. Si bien han sido siempre parte de cualquier ariete reformador, casi siempre las post revoluciones han dejado en la estacada sus necesidades. La memoria es débil y sus esfuerzos en las calles suelen compensarse históricamente con el mapa de una sola calle que indica el camino de vuelta a casa.

Sin embargo ese proceso de reforma ha empezado a marchar dejando en el olvido una vez más a la población femenina. En el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas no hay ninguna mujer. En el comité de reforma constitucional formado, tampoco hay representación femenina. En la coalición de jóvenes, que negocia la transición con el Ejército, hay sólo una mujer entre ocho varones. En su favor diré que a través de su herramienta más familiar, las redes sociales, han hecho llamamientos a las féminas egipcias para rebajar esta desigualdad. Algo a pesar de los pesares, lejano de una integración real.
Los medios de comunicación también les han hecho un flaco favor a las mujeres. Su presencia ha sido escasa o nula en el seguimiento de la revuelta e incluso después. Un famoso talk show árabe en un debate llevado a cabo tras la caída de Mubarak contó sólo con una mujer entre sus 27 invitados. Las mujeres árabes deben apresurarse a exigir sus propios derechos. Deben organizarse y esforzarse en refrescar la memoria de su pueblo antes de que otros vuelvan a escribir una Historia que les robe su revolución.
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